jueves, 19 de febrero de 2009

Aquel Marzo...


Rápido llegaron las nuevas de la Europa
Más una en demasía alegro a los usurpadores;
¡Ha muerto el Tirano!, vociferaban altaneros.
Pero si lo dicen ellos, yo no les creo.

¿Ha cerrado los ojos, Señor?
¿Duerme Usted, Restaurador?

Dicen que murió en medio de la peor pobreza
¡Cuan tontos son los porteños! ¡Discúlpelos Señor!
¿Acaso todas las riquezas del mundo podrían compararse
a esa joya hermosa, el sable del Libertador?
Sus manos ajadas por el trajinar diario,
¿no son testimonio fiel de su orgullo bravo?
Con ochenta y tantos años encima
¡Y sin embargo trabajando!

Dicen que Usted ya no esta,
¡Pero si aun puedo verlo!
Allá se extiende su piel,
en la infinidad de las pampas;
si quiero tocar su pecho,
solo debo posar una mano en los Andes.
Y en cada recodo del Paraná,
¡escucho con estridencia sus latidos!
¿Y quien no siente su aliento,
viajando en el Zonda y el Pampero?

Ha vencido, Don Juan Manuel, nuevamente.
Ya las felonías no lo pueden tocar,
pero no ha muerto, tan solo esta dormido,
esperando el momento adecuado,
en la espesura del monte,
entre nuestros paisanos.

Usted es Eterno, Don Juan Manuel de Rosas,
como la Patria por la que todo lo dio, sin pedir nada,
por mas que los doctos sumen infamia a mas infamia,
allí estará su brazo fuerte, esplendente como los cañones de Obligado,
señalando el Camino de la Grandeza, de la Libertad y el Honor.

¡Aquí lo aguardan sus Colorados!

¡Viva nuestro Restaurador!

viernes, 6 de febrero de 2009

Martiniano Chilavert



El mártir de Caseros


Introducción.


El 3 de febrero de 1852, Día aciago para la América toda como bien lo sabemos, las alas del ejército federal son batidas sin mucho esfuerzo por las aguerridas y bien armadas tropas urquicistas, y pronto se desbandan en completo desorden. Pero el centro resiste porfiadamente, su artillería no se detiene a pesar de que la contienda ya estaba decidida. Puesto que en frente suyo, las fuerzas imperiales marchan a su encuentro, desplegando sus estandartes coronados, y esto será motivo suficiente para continuar ante todo. ¡Las falanges esclavistas no deben avanzar mas!; ¡No es posible olvidar Ituzaingo!; seguramente bramaba el valeroso espíritu del coronel Chilavert, mientras mandaba colectar las municiones enemigas esparcidas rededor suyo, y luego hasta las piedras, para proseguir con el fuego, cuando sus balas habianse acabado; mas no su heroísmo.

El joven que gustaba de las matemáticas.
El Soldado. El Unitario.

Nace en Buenos Aires en el año 1801, hijo del capitán Don Francisco Chilavert, si bien en pocos años su familia volverá a España. Inicia sus estudios en Europa, mostrando gran inclinación hacia las matemáticas, que lo llevara a elegir la Ingeniería posteriormente.
Vuelve en 1812 a estas tierras, en la fragata George Canning, la misma embarcación que traía a José de San Martín, entre otros ilustres personajes que harán un aporte fundamental a la causa emancipadora. Aquí proseguirá su labor de preparación, dando énfasis particular a los números, que son su predilección.
Cuando alcanza la edad adecuada, se incorpora al ejército, sirviendo en el regimiento de Granaderos de Infantería. Siempre se mostró leal hacia Carlos María de Alvear, llegando a ayudarle en el 20, en su intento de apoderarse del gobierno de Buenos Aires, el cual fracasa estrepitosamente. En los vaivenes de ese año tan caótico, marchas y contramarchas le harán ver su país de una manera mas profunda. Acaba siendo prisionero de Dorrego.
Obtiene la baja del ejército en 1821, bajo el gobierno de Martín Rodríguez, el cual había emergido del caos del año 20 con la asistencia de uno joven hacendado llamado Juan Manuel de Rosas. Oportunidad espléndida para proseguir con sus estudios, ya que el orden se había restaurado. Llega a ser ayudante en la cátedra de matemáticas de Felipe Senillosa. Obtiene el titulo de Ingeniero en el año 1824.
Mas los acontecimientos se precipitan nuevamente. Un puñado de hombres se lanza a una cruzada de libertad y de honor, al otro lado del Río de la Plata. Y declaran la reincorporación de la Banda Oriental al seno de su Patria autentica. El Imperio del Brasil declara la guerra a las Provincias del Sur. Chilavert acude al llamado del deber, y se enlista para combatir la felonía extranjera. En 1826, asciende a capitán en el Regimiento de artillería ligera. Y en el campo de gloria de Ituzaingo, recibe el ascenso a Sargento Mayor. Sigue combatiendo, esta vez a las órdenes de Rivera, hasta que en 1828 recibe la noticia del acuerdo de paz. Retorna, con esa amargura que solo el saberse víctima de una traición puede provocar. Aunque se equivoca, porque no ha sido Dorrego el responsable de ese desenlace bochornoso. Mas, infatuado, se une a Lavalle, y con el se refugia en el Uruguay tras la derrota. Su espíritu fogoso seguirá activo, asistiendo incluso en las intentonas de Ricardo López Jordán (padre).
Finalmente, se retira del trajín de los combates y conspiraciones. Esto durara hasta 1836, cuando se pliega a Fructuoso Rivera en su revolución contra el presidente Oribe, quien le dará el grado de Coronel en su ejército insurrecto.
Sobreviene la postrer intervención de Lavalle en la Confederación, con la intitulada "Expedición Libertadora", a la cual se pliega nuestro personaje. Mas, no tarda en hartarse de los desmanejos de la "Espada sin Cabeza", sensación acrecentada cuando diose cuenta que el "Libertador" cifraba sus esperanzas en las tropas que pudieran desembarcar los franceses (en conflicto con la Confederación) y no en el levantamiento del "pueblo oprimido" por el gobernador Rosas. Decide volver junto a Rivera.
Mal les va a los unitarios. Todos sus movimientos fracasan y las derrotas se suceden. Lavalle muere en extrañas circunstancias. El resto de los líderes pasa nuevamente al exilio. Manuel Oribe, que había sido desposeído del poder por Rivera en 1838, tras conjurar el unitarismo en territorio de la Confederación, cruza hacia la Banda Oriental con un ejército formidable, que en poco tiempo se adueñara de todo el país, salvo la ciudad de Montevideo.
El llamado "Sitio Grande" inicia. Los federales argentinos y los blancos uruguayos actúan como lo que son, la fuerza pura de estas tierras libres, y ambos concurren a erigir un cerco en torno a Montevideo, último reducto del Unitarismo-Riverismo. La plaza resiste gracias al auxilio constante de las potencias extranjeras. Las legiones francesas e italianas sostienen con sus aceros al régimen de Rivera. Allí estará Chilavert, siendo nombrado jefe de la artillería de la ciudad, por el general Paz.
En la ciudad sitiada, bullen las intrigas políticas tendientes a acabar con el régimen establecido al otro lado del Río de la Plata. Escuchando las variables que proponían los lideres para terminar con su odiado enemigo, observo Chilavert que en cada una de ellas la extinción de la misma nacionalidad era tomada como algo necesario, inclusive intrascendente. ¡Que importa la Patria, mientras triunfen los principios!, predicaban en su lenguaje sutil los doctos exiliados. A pesar de sus protestas airadas, Rivera, sonriente, solo atinara a espetarle que "eran cosas de la diplomacia".
La duda asaltara día a día a nuestro héroe. Y una ira no disimulada ante las maniobras arteras y antinacionales que son llevadas a cabo con tanta naturalidad por los políticos, le llevara a discusiones cada vez más álgidas con sus compañeros de causa. ¿Pero cual era la "causa" que los unía?, ¿la de la Libertad?, pero si esta era comprada con el oro extranjero, ¿no era una condición aun mas vil?.
Al fin y al cabo lo arrestaron, pero logro evadirse y escapo al Brasil. Estando allí, enterose de sucesos cuyo escenario era el poderoso Paraná, en que las lanzas y cañones que se acordaban del pasado español, habían cerrado el paso a la prepotencia de las naciones mas poderosas del orbe, en que un puñado de gauchos bañados por proyectiles y cohetes extranjeros, se cubrieron de una gloria sin igual, y no retrocedieron sino hasta que no les quedaron mas balas que utilizar. Ese 20 de Noviembre, el llamado de la Patria llego a lo profundo del alma de nuestro héroe.

La Redención.

El estruendo de los cañones de Obligado no solo corto el viento calmo que corría sobre el Paraná, sino que retumbo en el corazón de todos los hombres, de un extremo a otro de las Américas. Para algunos fue motivo de alegría, pues creían en su locura, que esas cadenas rotas anunciaban la caída del “tirano” Rosas. Pero la mayoría, sabía que aquel hecho representaba un llamado inextinguible, en donde el orgullo y la ira debían concurrir, esplendentes como el mismo sol en su apogeo.
Dejemos que nuestro héroe nos diga lo que lo motivo a abandonar aquellos ideales a los que sirvió por tanto tiempo. Y no hay mejor forma de hacerlo, que mediante la carta que escribió al General Manuel Oribe, en mayo de 1846, la cual transcribimos a continuación:

“En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá: ¡traidor! ¡traidor! ¡traidor!Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido al que servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y de la Francia se realizó en los negocios del Plata...Me impuse de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores, y del modo inicuo como se había tomado su escuadra. Vi también propagadas doctrinas a las que deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su nacionalidad se establece como principio. El cañon de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella. Todos los recuerdos de nuestra inmortal revolución, en que fui formado, se agolpan. Si, es mi patria...anunciándose al mundo por esta verdad: existo por mi propia fuerza. Irritada ahora por injustas ofensas acredita que podrá quizás ser vencida, pero que dejará por trofeos una tumba, flotando en un océano de sangre y alumbrada por las llamas de sus lares incendiados.Lo felicito por su heroica resolución, y oro por la conservación del gobierno que tan dignamente la representa, y para que lo colme del espíritu de sabiduría.Al ofrecer al gobierno de mi país mis débiles servicios por la benévola mediación de V.E., nada me reservo. Lo único que pido es que se me conceda el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado.”

Chilavert, que durante años había servido a personeros de la anti-patria como Lavalle y Rivera, demostrara que la redención es posible a pesar de todo. Fue testigo de las maquinaciones de la Pérfida y Nefasta Albión. Mas la batalla de la Vuelta de Obligado fue para él una autentica catarsis. Había despertado finalmente. Rosas y las lanzas federales se presentaron ante sus ojos como lo que eran realmente: Espíritu y Brazo de una Patria que se negaba a postrarse ante nadie.
El destellar altanero de las baterías de Mansilla le hizo vislumbrar la verdad.
Desde ese instante, iniciaba el camino de su redención.

El Retorno a la Patria.

Volverá en el año 1847. Y Rosas, confiando en la palabra de honor de Chilavert, y sapiente de las dotes de eximio artillero, le confía el mando de un cuerpo de artillería. Demostrara que las expectativas puestas en el no eran infundadas, y formara de la mejor manera a los artilleros federales. Aunque no tendrá oportunidad de mostrarse en acción contra las escuadras interventoras, cuyos bríos otrora inmensos han trocado trascendentalmente ante la audaz resistencia criolla. Ya lo imaginamos cerca de la costa, oyendo con sin igual delectación y orgullo, las salvas que ofrendan como desagravio al pabellón argentino, los ingleses y franceses por igual.
Muere el Gran Capitán en 1850. El luto cubre la América entera. Pero el año siguiente, una fatalidad aun peor cambiara los destinos de nuestra Patria, y dejara en su ser un sello imborrable. Urquiza, traiciona la causa de la libertad y del orgullo, y se pasa al bando unitario y brasileño.
Todo se precipita en el desconcierto. El comandante de la evidente guerra contra el Imperio Esclavista, había defeccionado de la peor manera posible. Todos los armamentos que el mismo Rosas le había enviado para la cruzada contra el único trono asentado en el continente, los utilizo a favor del enemigo declarado.
Un enemigo de todo lo que oliera a nacional, nos da un retrato fiel de las motivaciones del General Justo José de Urquiza:

“Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado (El de Brasil) referir la irritante escena, y los comentarios: "¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía después de entrar a Buenos Aires quería que le diese los cien mil duros mensuales, mientras oscurecía el brillo de nuestras armas en Monte Caseros para atribuirse él solo los honores de la victoria."

Y no hay nadie que pueda acusar a Domingo Faustino Sarmiento de rosista. El escribió estas líneas en su carta de Yungay, el 13 de octubre de 1852.

La excusa falaz de Constitución caía por su propio peso. Pero para el pueblo, para los que habían conquistado la libertad en las guerras contra España, y la reafirmaron ante la Francia, ante el Imperio y la Albión nefasta, todo era evidente.

"Las gentes de las campañas no veían más que el hecho inaudito de la invasión del Imperio del Brasil y rodeaban a Rosas en quien personificaban la salvación de la patria.”(Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina.t.III.p.345.Eudeba.Bs.As.1978)

Había que detener al traidor de Urquiza a como diera lugar. Otro nuevo ejército debía ser erigido, para defender a la Federación en este trance quizá fatal. A muchos les gano el desaliento, puesto que se les venia un ejercito portentoso: veteranos de Entre Ríos y Corrientes, mas las tropas de Oribe, junto con las falanges imperiales.
Chilavert, encontró las palabras de aliento adecuadas. Si la Patria cae, lo hará con una gloria que oscurezca eternamente la memoria de los vencedores.

"La suerte de las armas - dijo - es variable como los vuelos de la felicidad que el viento de un minuto lleva del lado que menos se pensó. Si vencemos, entonces yo me hago el eco de mis compañeros de armas para pedirle al general Rozas que emprenda inmediatamente la organización constitucional. Si somos vencidos, nada pediré al vencedor; que soy suficientemente orgulloso para creer que él pueda darme gloria mayor que la que puedo darme yo mismo, rindiendo mi último aliento bajo la bandera a cuya honra me consagré desde niño.”

En la celebre junta de jefes del 2 de febrero de 1852, la opinión de Chilavert es la mas lucida y enérgica. El General Pacheco se sumerge en un estado de inacción total, y el mismo gobernador de Buenos Aires guiara a sus tropas a la batalla. La razón estaba del lado de nuestro héroe, a la luz de lo que sucedió aquel aciago día 3 de febrero, y nuevamente le damos la palabra, pues nadie como el será capaz de explicarlo todo debidamente:

"Pienso que no debemos aceptar la batalla de mañana como tendrá que suceder si nos quedamos aquí, que, por el contrario nuestras infanterías y artillerías se retiren rápidamente esta misma noche a cubrir la línea de la ciudad, tomando las posiciones convenientes; que, simultáneamente, nuestras caballerías en numero de 10.000 hombres salgan por la línea del norte hasta la altura de Arrecifes y comiencen a maniobrar a retaguardia del enemigo, corriéndose una buena división hacia el sur para engrosarse con las fuerzas de este departamento, y manteniendo la comunicación con las vías donde pueden llegarnos refuerzos del interior. Es obvio que el enemigo no tomará por asalto la ciudad de Buenos Aires ni cuenta con los recursos necesarios para intentarlo con probabilidades serias, ni los brasileros consentirían en marchar a un sacrificio seguro. Y entonces una de dos: o el enemigo avanza y pone sitio a la ciudad, o retrocede hacia la costa norte a dominar esta línea de sus comunicaciones y en busca de sus reservas estacionadas en la costa oriental. En el primer caso militan con mayor fuerza las causas que deben destruirlo irremisiblemente. En el segundo caso, nosotros quedamos mucho mejor habilitados que ahora para batirlo en marcha y en combinación con nuestras gruesas columnas de caballería a las que podremos colocar ventajosamente. Y en el peor de los casos, no somos nosotros sino el enemigo quien pierde con la operación que propongo, pues para nosotros los días que transcurren nos refuerzan y a él lo debilitan”
(Adolfo Saldias. Historia de la Confederación Argentina. t.III.p.348. Eudeba.Bs.As.1978)
Tal vez, si hubiera sido escuchado, la Confederación aun existiría para gloria y felicidad de sus hijos.

Caseros.

Acaeció la batalla final, en que la Traición y la Patria, representadas por Urquiza y por Rosas, decidirían el destino de estas tierras, y por ende, de nuestra América.
Las bisoñas fuerzas rosistas, poco pudieron contra un enemigo tan numeroso, aguerrido y equipado. Pero si la Santa Federación caía, lo debía hacer con gloria. Y así lo hizo.
En centro federal resistió gracias a la artillería que comandaba Chilavert, cuyas andanadas impedían avanzar a las líneas imperiales. Como bien lo indicamos en la introducción, el honor cubrió con sus alas a esos bravos artilleros.
Cuando finalmente todo estaba perdido, el Coronel se puso a fumar un cigarro, apoyado en uno de sus cañones. No intento escapar, y se entrego al Coronel Virasoro, aunque el primero en divisarlo fue otro, un capitán, que fue amenazado con perder la cabeza de un pistoletazo si intentaba sacarle sus armas, puesto que se las entregaría solo a un oficial de rango. ¡Hasta en la derrota!, orgulloso como buen criollo.

¡Así mueren los hombres como yo!

Ni vencedores ni vencidos, había proclamado Urquiza. Y tenia razón, porque no vencieron los argentinos, ni tampoco fueron vencidas las hordas de un tirano, venció el Imperio, y la libertad de estas tierras cayo derrotada. Y para aclarar de manera contundente sus palabras, inicio una orgía de horcas y degüellos, de fusilamientos y mutilaciones.

“Un bando del general en jefe había condenado a muerte al regimiento del coronel Aquino, y todos los individuos de este cuerpo que cayeron prisioneros fueron pasado por las armas. Se ejecutaban todos los días de a diez, de a veinte y más hombres juntos. Los cuerpos de la victimas quedaban insepultos, cuando no eran colgados en algunos de los árboles de la alameda que conduce a Palermo. Las gentes del pueblo que venían al cuartel general se veían a cada paso obligadas a cerrar los ojos para evitar la contemplación de los cadáveres desnudos y sangrientos que por todos lados se ofrecían a sus miradas; y la impresión de horror que experimentaban a la vista de tan repugnante espectáculo trocaba en tristes las halagüeñas esperanzas que el triunfo de las armas aliadas hacía nacer. Hablaba una mañana una persona que había venido a la ciudad a visitarme, cuando empezaron a sentirse muchas descargas sucesivas. La persona que me hablaba, sospechando la verdad del caso me preguntó “¿Que fuego es ese?” “Debe ser ejercicio”, respondí yo sencillamente, que tal me había parecido; Pero una persona que sobrevino en ese instante y que oyó mis últimas palabras, “Que ejercicio, ni que broma - dijo - si es que están fusilando gente”
(Memorias inéditas del general Cesar Díaz. P.307. cit.por A.Saldias.t.III.p357)

El Regimiento Aquino, que había desertado de su bando, previo ajusticiamiento de los oficiales impuestos por Don Justo, fue condenado por el simple ánimo del vencedor al exterminio. Esos nobles soldados necesitaban de un comandante digno para marchar silentes a la gloria inmortal. Ese comandante, no podría ser otro que el Coronel Martiniano Chilavert.
Tras una entrevista con Urquiza, de la que no quedo registro alguno o siquiera testigos, esté, iracundo, le mando a fusilar por la espalda, como si fuera un traidor.
Fue tranquilo al suplicio. Lo único que pidió fue un momento para orar y reconciliarse con Dios. A cambio, obsequio tabaco y un poco de dinero a los soldados que debían asesinarlo. Se irguió firme en ese momento culmine, y un sargento fue hacia él para ponerlo de espaldas, ¡grave error de su parte!, Chilavert era un ilustrado, pero un criollo de pura cepa, y lo recibió con un puñetazo que lo envío directo al suelo. ¡El no era un traidor!. Se enfureció y grito: ¡Tirad al pecho! ¡Que así mueren los hombres como yo!
Un disparo lo hirió en la boca, y sin embargo seguía resistiendo a esa muerte indigna. Los soldados se abalanzaron en tropel, y lo ultimaron con sus sables, bayonetas, e incluso con las culatas de sus fusiles. Ese era el martirio que solo los héroes pueden soportar.
Se derrumbo, cubierto de heridas. Pero su espíritu seguía igual de altivo y soberbio en aquel trance supremo, señalo con una mano su pecho, antes de que su alma se extinguiera. Y murió con su espalda limpia de esa marca de oprobio que le quisieron imponer; murío como un guerrero, como un patriota. Conquistando así una Redención y una Gloria carentes de mácula alguna, como los que habían caído en Obligado y fueron su inspiración.
Cayó el 4 de Febrero de 1852, como solo podían hacerlo los hombres libres.

Epilogo.

Mucha sangre debió derramarse en tributo a una supuesta panacea contenida en una Constitución escrita. La violencia prodigada por el vencedor de Caseros, no se limito al enemigo que tuvo en el campo de batalla, sino también a los civiles con vinculaciones con el gobierno de Rosas, acusadondolos de mazorqueros. Ningún juicio se hizo, para siquiera adornar con cierto legalismo tanta barbarie. Luego vinieron las expropiaciones, que dejaron al mismo Rosas, otrora rico hacendado (por propio mérito y trabajo, que los Atalivas vendrían después), en la nada. Los federales que vieron en Urquiza un superador del anterior sistema, pronto sintieron en carne propia su trágico error.
Sin una constitución colgaron a Leandro Alen, padre del fundador del Radicalismo. Con una en la mano, pusieron la cabeza de un general de la Nación, la del Chacho Ángel Vicente Peñaloza, en una lanza.
Todo el papel usado para imprimir incontables tiradas de una Constitución copiada, no será suficiente para limpiar toda la sangre vertida generosamente por los héroes que sabían muy bien que la Patria no era un “librito”, sino la Libertad, el Orgullo, la Independencia, expresados en la santa Federación. Así tampoco con toda la tinta existente sobre la faz de este mundo, se podrá escribir mas que una mínima parte de toda la gloria con que se cubrieron grandes argentinos como el Coronel Martiniano Chilavert.

Aunque mal le pese a la historiografía liberal, la verdad siempre vence.