jueves, 23 de abril de 2009

Significado del Revisionismo Histórico

El sentido común nos indica que nada sucede de manera fortuita, que un hecho no es mas que un eslabón en una cadena sucesiva de actos realizados por los hombres; y aún más, que pueden devenir en situaciones no previstas en los sueños más absurdos de los iniciadores de cualquier proceso de causas y efectos. De los buscadores de la fortuna fácil, que pretendían obtener el preciado oro a partir de metales innobles y una maraña de invocaciones, fuelles y matraces, llegamos a la concreción de una rama de la ciencia como lo es nuestra moderna Química. Y cuantas veces nos han machacado en las aulas escolares, con la parsimonia tradicional vestida de pulcro blanco, que un italiano bogando en naos españolas tratando de llegar a Catay, se topo en medio del camino con un mundo inmenso y desconocido, y murió finalmente sin conocer al Gran Khan y sin saber de dicha proeza que le daría fama inmortal.

Algo semejante, si bien en una dimensión bastante peculiar, podríamos notar en los orígenes del Revisionismo. El fundador de la escuela historiografía argentina, personaje que supo canalizar de manera sumamente inteligente el encanto irresistible que los títulos y demás preseas despiertan en los que buscan sobresalir por sus dotes con la pluma; que cimento su gloria en las propias tintas mas que en las de los otros, intentando convertir su credo político en una verdad indiscutible valiéndose de la objetividad que garantizaban recurrir a documentación (si bien la adecuada, las contradictoria no era sino pasto para las canciones de la chusma ignorante e incivil), culmino su fulgurante carrera de traiciones y crímenes, ¡oh!, excusen mi verba poco acibarada teniendo en cuenta la excelsitud de este prócer para sus sucesores, pero me es imposible ocultar mi aversión mas allá de la órbita pura y abstracta de lo académico, creando el germen de la conocida Academia Nacional de la Historia. Maniobra en verdad brillante, es preciso reconocerlo, no bastaba con adueñarse del presente sino también enseñorearse con el pasado, buscando la ansiada trascendentalidad de la realidad que la generación de los Unificadores había moldeado a su imagen y semejanza. Las leyes podrán cambiarse, no así el sustrato histórico que la sustenta, y si dicho basamento eminentemente subjetivo pudiese ser trastocado para servir de fundamento a las ideas que los ilustrados impusieron a sangre y fuego, cualquier temor que podría abrigarse en el horizonte incierto, no tendría razón de ser. El señor Bartolomé Mitre, emulando a los antiguos faraones, construyo para sí y para su casta, la gigantesca pirámide llamada Historia Oficial, cuya magnificencia bastaría para que esas masas nativas y también las venidas de mas allá de los océanos supieran que el poder de los encumbrados era tal porque así lo dictaban los hados del destino.

Pero, ¡siempre hay peros afortunadamente!, las reglas que el pensamiento liberal impuso al estudio de la Historia, fueron llevadas al extremo por un discípulo dilecto que se mostró mas papista que el mismo Papa. El cientifismo de Adolfo Saldias le impedía aborrecer con la recomendable intensidad, todos los hechos acaecidos desde el año 1828. Cuanto gloria se hubiera ganado si estudiaba algún insecto bicorne o daba a luz versos opulentos y vivaces como la clase de la cual era miembro preclaro. Se obstino y recurrió a la documentación desperdigada por los archivos oficiales y particulares, e incluso oso tocar los papeles que el “nefasto” Tirano se había llevado a Inglaterra en vez de los caudales públicos que le hubieran sido bastante mas útiles (liberalmente hablando) en su vejez. Muchas veces la verdad trasluce con maneras casi sarcásticas, y este caso es la confirmación de esta suposición. Un seguidor del maestro Mitre, blasfemaba con tan solo la aplicación inmisericorde de los preceptos inculcados por el mentor, reivindicando la Barbarie con los métodos prístinos de la Ciencia. ¡Cuan consternado debió haberse sentido el padre de la Historia Oficial, al ver que uno de sus sucesores se revelaba contra su dogma sin antes hacerlo contra su método!. En verdad, el Revisionismo nació así, como una burla cruel que los patricios porteños se propinaban a sí mismos. Aunque para evitar que esos desvaríos volvieran a repetirse, nada mejor que engalanar la “Historia” con los atuendos graves y portentosos del institucionalismo. No bastaban con los libros, que apenas al salir a la luz ya eran duramente castigados por la magnifica Historia de la Confederación Argentina de Adolfo Saldias, sino faltaban las sillas, los membretes, las publicaciones oficiales. A la pirámide mitrista le hacia falta una guardia permanente, para evitar las consabidas blasfemias a las cuales se expondría la memoria del Maestro, cuando los hombres penetrasen en sus estancias y las encontraran vacías. A la casta sacerdotal mitrista se les otorgo la propiedad de la Academia, y el poder de fulminar con sus hojas selladas cualquier atisbo de pensamiento que pudiera acabar con la ya resquebrajada deidad.

Aunque el Revisionismo pareció haber tomado una de las características del ser al cual despreciaban los civilizados, y se mostró tozudo como un gaucho. Resistiendo y abriéndose paso paulatinamente, propagándose hacia las capas populares irresistiblemente, le otorgo al Pueblo las nociones mas depuradas de aquello que nunca perdió y que siempre mantuvo aunque de una forma sentimental, casi podría decirse que subconsciente. El rigorismo academicista era seguido por los “rebeldes” como por sus pares historiadores entronizados en sus sillas, aunque perseguían fines absolutamente disimiles en sustancia. La búsqueda de la verdad histórica por parte de los revisionistas tenia por fin revitalizar a la misma nacionalidad, que así podría finalmente hallarse en condiciones de hacer por sí misma, su porvenir. En cambio, la Historia Oficial solo quería mantenerse tal cual era, puesto que el mantenimiento del statu quo era y es su fin primordial, siendo depositaria tan solo de fechas y nombres, pero soberana absoluta de los preciosos sellos en que basan su majestad. El Revisionismo entre los años 30s y 70s del siglo pasado, fue uno de los motores de los grandes cambios de la Argentina, siendo un ejemplo de lozanía, vitalidad y empuje sorprendente. En cambio los otros, siempre fueron decrépitos desde la cuna, contentándose con acariciar el báculo, fuente de su preponderancia.

Al fin y al cabo, sin desmedro de aparentar simplismo, podría decir que el significado del Revisionismo es la reivindicación de la Argentina misma. Es la reivindicación de la tierra argentina, de sus hombres y de sus ideales, por sobre las falacias absurdas cuyo único asidero real se debe buscar fuera de las fronteras de nuestra Nación. A tal punto se ha demostrado peligrosa a los intereses de la plutocracia heredera del mitrismo político, cuando no histórico, que se la ha intentado combatir recurriendo a foguear uno que otro divisionismo absolutamente infundado y pueril. El icono del revisionismo no puede ser otro mas que el Restaurador de la Leyes, no por algún remanente de soberbia portuaria, sino más acabadamente por estar reunidas en su obra – y en su lucha constante- todas aquellas cuestiones esenciales que necesitaban ser negadas por el liberalismo para erigirse triunfante. Juan Manuel de Rosas es el epitome de la Argentina naciente, joven pero orgullosa y libre, vigorosamente comprendido y secundado por los caudillos de las demás provincias argentinas, junto con el Pueblo en su conjunto, que afirmaron ante el mundo que esta Patria existía por su propia convicción y fuerza.