martes, 1 de febrero de 2011

Dos Febreros

Los meses tórridos son los que utilizamos para descansar tras meses de diversas faenas, y en los cuales el letargo pareciera apoderarse de todos los ámbitos, como si la realidad aguardase el momento en que regresamos a nuestras rutinas para caer sobre nosotros con todo su peso. Pero los grandes hechos de nuestra Historia no respetan en absoluto lo que se ha establecido en la modernidad como una regla no escrita. Grandes fueron los sucesos que marcaron nuestro destino con un sello indeleble, que se dieron en un mes tan caluroso como el de febrero, de los cuales el que escribe estas líneas ha elegido dos, por ser eventos cuya intensidad supera con facilidad cualquier paroxismo climático, aunque de signos diametralmente opuestos, ambos son dignos de ser pensados.

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1852

El 3 de Febrero de ese aciago año, las fuerzas del Ejercito Grande, comandadas por Justo José de Urquiza, se enfrentan a las tropas federales en las afueras de la ciudad de Buenos Aires, en Caseros. Sin gran esfuerzo, y con pocas bajas, los “constitucionalistas” vencieron. Las muertes vendrían después, con los fusilamientos sumarios, a la par de las proscripciones y confiscaciones, cebándose todas estas con los miembros de un solo bando, el cual había mantenido incólume la independencia de la Nación cuando las potencias mas grandes del mundo pretendían sojuzgarla.

En los viejos manuales escolares, y en los no tan viejos también, se nombra a esta Batalla como el final de la Tiranía. En aras de una Libertad más hipotética que real, los partidarios de la Organización Nacional no tuvieron problema alguno en aliarse con una monarquía como la que imperaba en el Brasil[1] de entonces. ¡Espectáculo cruel en verdad, esclavos fungiendo de soldados de la libertad de otros pueblos, peleando solo por la promesa de una manumisión!, ¡terrible ironía la de salvar a la propia Patria recurriendo a ejércitos extranjeros!.

Con la caída de Juan Manuel de Rosas, la Argentina pierde el protagonismo que hasta ese entonces había detentado en el devenir de la historia americana. Se cierra una etapa que entronca directamente con nuestra historia y con los hechos de los grandes hombres y mujeres que forjaron la naciente Republica con su esfuerzo y con su sangre. La Unidad Nacional fue una de las victimas de la “victoria” urquicista: pocos meses después, el 11 de septiembre para ser precisos, en la ciudad de Buenos Aires estalla una revolución y toda la Provincia se separa del resto de la Confederación; mandando al diablo todas las arengas de devoción y de agradecimiento que los unitarios que integraron el Ejercito Grande, habían dado al General vencedor. Así Buenos Aires será la primera en dar las espaldas a América, y con el correr de los años haría que las demás Provincias también lo hicieran, mediante la intervención armada, los sobornos y los asesinatos más atroces. La París de las Pampas había nacido después de mucho tiempo, traicionando la esencia de la Argentina, intentando cubrir lo vergonzante de su origen[2] con mármoles y bronces.

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1946

Tras largas décadas de exiguos avances y tremendos retrocesos, finalmente el pueblo argentino logro ir a las urnas a hacer ejercicio de sus derechos cívicos más elementales. El 24 de Febrero de 1946, algunos meses tras las jornadas épicas que hallaron su corolario en el 17 de Octubre, los ciudadanos pudieron expresarse y dar la victoria a un hombre en el cual hallaron los atributos necesarios para la magna tarea de reconstruir una Nación sobre sus autenticas bases.

Mas del 50% de los electores dieron su apoyo a Juan Domingo Perón, a pesar de la encarnizada oposición de todos los partidos políticos significativos en aquella época, como así también de la desembozada intromisión de diplomáticos extranjeros en asuntos que solo conciernen a la Argentina y su pueblo. La derrota que supuso Caseros un siglo atrás, se veía compensada por la esplendida victoria obtenida en una contienda cívica, retomando la senda que había sido abandonada.

Aquello que había iniciado como una posibilidad y como intentos encaminados hacia la prosecución de unos ideales que no eran compartidos por la elites que hasta hace muy poco sostenían con firmeza las riendas de los asuntos de Estado, de pronto se vio refrendado de una manera contundente por millones de individuos, que desde sus lugares habían podido vislumbrar acertadamente que el camino por el cual empezaban a transitar era el correcto. Y ello no se vio defraudado, porque al poco tiempo se sucedían medidas como la de legalizar el Sufragio Femenino, o de suprimir los aranceles universitarios, para que la igualdad reinase de una forma autentica, lejos de ser otro mero recurso retórico.

Argentina volvió la vista hacia su propio ser y esencia. Nuevamente era América el marco en cual nuestra historia debía desenvolverse, y los cuatro rincones de nuestra patria comenzaron a palpitar en función de aquella certeza y convicción. En ese sentido, el esbozo contenido en el ABC[3] refleja fielmente la orientación dada por el gobierno peronista a su política exterior, en búsqueda de la conformación de un sólido bloque económico, político y social, que se presentaba como imperativo histórico ineludible para lograr contrarrestar el poderío que las superpotencias emergentes de la Segunda Guerra Mundial harían sentir en sus respectivas zonas de influencia. Y ni hablar de la política industrialista, ni de las conquistas laborales, ni el elevamiento de los estándares de vida en general, ni el fomento a la ciencia y a la investigación, ni de otros logros que ni siquiera los fusilamientos pudieron ocultar.

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Una derrota y una victoria, en el mismo mes, aunque con casi un siglo de diferencia. Los protagonistas de ambas fueron intitulados “tiranos” por sus enemigos y el escarnio se esgrimió con inusitada violencia sobre sus nombres. Aunque las masas populares no podían ocultar su gran afecto hacia ambos, sin importar el cúmulo de invectivas que unos pocos precipitaban hacia ellos. La venganza pudo arrancar al primero del corazón del pueblo argentino, pero no logro destruir las raíces de orgullo que habían calado muy hondo en esta tierra. Esas raíces pudieron fructificar nuevamente tras décadas de espera, sirviendo de fuertes bases para aquello que haría el segundo. Y por ello los infames ya no pudieron arrancar de las entrañas de la Historia argentina al segundo Restaurador del Orgullo Nacional, mejor conocido como Juan Domingo Perón.

(Y si nuestra Generación ha tenido la oportunidad de haber visto al tercero, eso solo podrá determinarlo el devenir… Y el devenir depende de nosotros.)



[1] "Las gentes de las campañas no veían más que el hecho inaudito de la invasión del Imperio del Brasil y rodeaban a Rosas en quien personificaban la salvación de la patria.”(Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina. t.III. p.345. Eudeba.Bs.As.1978)

[2] Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado (El de Brasil) referir la irritante escena, y los comentarios: "¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía después de entrar a Buenos Aires quería que le diese los cien mil duros mensuales, mientras oscurecía el brillo de nuestras armas en Monte Caseros para atribuirse él solo los honores de la victoria."
(
Domingo Faustino Sarmiento. Carta de Yungay, 13 de octubre de 1852)

[3] Proyecto de unidad regional, que comprendía inicialmente a la Argentina, Brasil y Chile, dadas las coincidencias entre las políticas seguidas por los presidentes Perón, Vargas e Ibáñez.