jueves, 11 de febrero de 2010

Recuerdos de Febrero (o lineas inconclusas de algún argentino)

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Cuando los años transcurren en la vida de los hombres, los hechos en los que estos tuvieron parte adquieren nuevos matices, gracias al prisma que es otorgado no tan solo por aquellos actos en si mismos, sino más bien por los efectos que estos han causado a través del tiempo. Bueno, por lo menos eso ocurre en aquellas almas que además de observar el devenir con sus ojos, también lo puede sentir en lo profundo del alma.

Ahora que mi propia existencia ha alcanzado la madurez necesaria para comprender palabras como las que me había obsequiado mi padre poco antes de partir a la eternidad, me veo maravillado por esa sabiduría tan poco tenida en cuenta en los claustros académicos, y que se abreva de la misma tierra que pisa día tras día. Y afirmar semejante cosa no es en verdad muy sencilla en individuos como yo, que han dedicado su vida a la razón y a las virtudes contenidas en los templos minervales.

Era 1916 cuando mi padre pudo observar los últimos ocasos de este hermoso cielo, antes del suyo. Y un cálido día de febrero, el 2 para ser preciso, al atardecer, fui a visitarlo para conversar un rato con él, como siempre acostumbraba. Estaba sentado cómodamente en una silla bajo el gran ventanal de su habitación, que daba a la calle. Había otra silla dispuesta a su lado, precaviendo mi llegada, con un ademan me invito a acompañarlo, y sin siquiera saludarle con el ritual de rigor, empezó a mover los labios Él poseía un carácter lacónico y enigmático en cierta forma, pues nunca opinaba sobre sucesos políticos, desde que tengo memoria, pero su lucidez se mantuvo hasta sus momentos finales de manera asombrosa, y contrariando todas sus costumbres, me empezó a hablar sobre el pasado mas allá de las simples anécdotas hogareñas.
-“El 2 de Febrero mi Cuerpo dejaba Santos Lugares, y se dirigió hacia el Palomar”- Musito lentamente mientras miraba hacia el sol que se ocultaba en el horizonte. Y yo solo pude asombrarme, pues era algo de lo que jamas me había enterado ni creído remotamente posible. Además esa fecha solo me sugería una cosa, y en mi mente se configuraba una sentencia bastante clara y poderosa: Al día siguiente cayo el Tirano.

-“Supongo que estarás pensando en la Tiranía, ¿no es así?”, dijo mientras me fulmino con esos ojos cansados que aun mostraban una firmeza abrumadora. Y yo solo atine a negar tal cosa, mientras le pedía que siga con sus relato, intentando trocar esa solicitud en una discreta disculpa.
-“La dureza en los manejos pueden ser criticados siempre, no así el sentido de los mismos. Si Rosas se comporto de maneras tan terribles fue porque todas las otras alternativas le habían sido negadas. Pero estoy seguro que no era el odio lo que manejaba su mano ni su voluntad, sino sentimientos muy distintos a ese.” Y al terminar esa larga frase, suspiro como si se hubiera sacado un peso de encima.

Y el asombro solo crecía desde lo profundo de mi pecho. Él debía de ser muy joven en el 52, no podía haber participado en ese régimen de oprobio de ninguna manera.

“¿Sabe?, yo servia en la Artillería en aquel año, y estuve en Caseros. Esto es algo que siempre intente ocultar, por la seguridad de toda nuestra familia. En aquellos años, posteriores a la derrota de la Barbarie, los fusilamientos eran moneda corriente, y la horca se llevo a mas de uno cuyo delito fue servir a la Patria. El que nos mandaba en aquella batalla era Chilavert, ¡un unitario!, pero antes que eso, era un argentino. La faena fue dura al pie de los cañones, y se prolongo por horas. Cargamos con todo lo que teníamos, hasta con las piedras y la propia munición del enemigo. Apenas era un poco mas joven que Usted, hijo mío, y estaba sucio de pólvora, pero mis miembros no sentían el cansancio. Hasta que nos quedamos sin nada que poder usar para seguir con el fuego, Y yo, iracundo, vocifere hacia el primer oficial que pude ver, lo mucho que lamentaba que mi corazón no fuese de piedra o de plomo, porque con gusto lo sacaría de mis entrañas para usarlo de proyectil. Y el oficial, me observo extrañado y se puso a reír. Era el mismo Chilavert. El saco un cigarro de entre sus ropas, y lo encendió, ordenándome que fuera a ver si podía encontrar algo mas que mi corazón para proseguir con el cañoneo, en la Intendencia. Hice un saludo y corrí a toda prisa, ya que sabia que la dilación era la derrota. Escuche que me decía: “Cuidese, hijo”, y eso produjo que acelerara el paso. Pero los demás estaban retrocediendo a mí alrededor, y en el lugar en que se encontraba la Intendencia, no encontré nada. Intente volver a la batería, pero a lo lejos pude percatarme que el fuego había cesado en ese sector, aquel silencio me angustio, pero cuando divise al Coronel entregando sus armas a otro oficial, el pesar me inundo por completo. Todo estaba perdido aquel día, y escape junto con los otros.”

Callo finalmente, y me tomo de la mano, con fuerza, como si le misma juventud le retornase a la medida que avanzaba aquel relato, y me pidió que buscara un libro negro con letras plateadas que estaba entre sus papeles, en el pequeño lugar de su habitación que fungía de estudio. Lo encontré entre una pila de cartas y de periódicos, y pude ver los símbolos de la religión grabados en su lomo. Era una Biblia.

Se la lleve y quise entregársela, pero me indico que la abriera en la pagina que estaba marcada con un extraño objeto de tela. La pagina correspondía al evangelio de San Mateo, los versículos que trataban sobre la traición de Judas estaba marcados. No entendí aquello, hasta que me percate que lo que fungía de marcador, no era un simple pedazo de tela, sino una divisa color punzó, con la inscripción federal aun nítida, a pesar del tiempo que había estado guardada.
“Yo no pude pelear mas, pero nunca fui un traidor”, comenzó a hablar nuevamente, pero con una voz tonante que parecía intentar desgarrar las nubes. “Los principios y la moral que os he enseñado conforman una esencia a la que ni mil batallas podrían llegar a destruir. Recordar, recordar, siempre recordar lo que fuimos es la mejor herencia que los viejos podemos legarles a nuestros descendientes. Con la Constitución no se pudo comprar la dignidad que supimos obtener con nuestra sangre. La Tiranía, a pesar de ser Tiranía, no se doblego ante nadie ni ante nada. Eramos pocos, eramos pobres, apenas podíamos leer y escribir algunos, pero eramos libres.
Falta poco para que parta de este mundo, pero en manos como las tuyas quedara la tarea enorme de la Regeneración de nuestra Patria. Y si recuerdas todo lo que he dicho ahora, una batalla ya se habrá ganado. Quedaran muchas por pelear, pero lo harás con decisión y valentía si recuerdas, solo si recuerdas, porque en esos recuerdos esta nuestra esencia, nuestro espíritu, nuestra alma.”

Quede absorto con esas ultimas palabras, que a pesar de ser tan simples fueron a la vez muy intensas. Nunca había creído a mi padre capaz de hacer un discurso semejante, repleto de un ardor inconmensurable, puesto que siempre fue apacible, casi en un grado monacal. No dijimos nada mas, y vimos juntos como las primeras estrellas iban floreciendo en el cielo nocturno. Nos avisaron que la cena estaba servida, y fuimos en silencio, mientras intentaba apaciguar el remolino de emociones que se agitaban en mi interior, mi padre parecía esperar la pregunta que indudablemente haría yo para romper el mutismo. Hasta que la hice antes del ultimo bocado:

- ¿Qué te parece Yrigoyen?, y algo tan desentonado provoco una mirada de paternal ternura.
- Es el sobrino de Alem. Es un criollo de buena cepa federal. Será un buen presidente. Aunque aun falta. Creo que es como el Bautista, que anuncia al que vendrá. Así respondió, y nos pusimos a conversar sobre todo aquello que estuvo oculto por tanto tiempo.

Los hechos de la Nación han confirmado esas palabras de una manera excepcional. La clarividencia de los que piensan y sienten como lo hacia mi padre han puesto en las manos de un hombre la tarea titánica de la Regeneración. Por fortuna, la gracia de la edad me ha develado muchas de las palabras de ese ser tan caro a mis sentimientos, por lo cual le estoy agradecido eternamente. Y así como el nunca fue un traidor, yo tampoco lo seré, y su memoria permanecerá viva en los hechos de mi propia existencia. Esa es una de causas que me lleva a escribir estas humildes líneas, para que el recuerdo permanezca a pesar de todo.

A Dios gracias porque el día de hoy no es un día de Febrero. Ya escucho gente marchando por la calle, cantando. Llevan banderas argentinas, y van hacia la orgullosa Buenos Aires, como en el siglo pasado; aunque sin los caballos, lo hacen con el mismo poderío. El saco y la corbata estarán de mas en este día. No puedo escribir mas porque voy a reunirme con ellos. Voy a buscar a mi padre, y al padre de él, como a mis hijos, y a los hijos de sus hijos.

Avellaneda, 17 de Octubre de 1945
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