jueves, 13 de agosto de 2009

Civilización y Barbarie

Con una persistencia propia de individuos desvariados; generaciones tras generaciones de gentes muy decentes, muy derechas, y muy humanas, han reducido todo el problema de la Argentina a esa dicotomía decimonónica, tan aplicable a las montoneras de antaño, como a los irreverentes partidarios de Yrigoyen, y después a los excesivamente pigmentados peronistas; que mil veces hicieron una entrada tumultuosa en la calma de nuestra historia, y otras mil veces fueron acallados con una intensidad que hizo dudar a los mismos civilizados acerca de la justeza de ese titulo que tan generosamente se otorgaban. Por fortuna para ellos, los bárbaros no entonaban la Marsella como era debido, o habían degustado un delicioso té de china en utensilios de porcelana; con lo cual, quedaba patentemente demostrado (para ellos) quienes representaban los valores de la Civilización, del Progreso, de la Virtud y de la Ciencia. Y así las conciencias del patriciado quedaron tan impolutas a pesar de los envenenamientos, degüellos, fusilamientos y mutilaciones, prodigadas febrilmente tanto en un siglo como en el siguiente. Cuando Lavalle mando a fusilar al Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Don Manuel Dorrego, ni siquiera le permitio un minuto de su tiempo para escucharle, a pesar de que se trataba del legitimo gobernante de una provincia argentina, elegido por la Legislatura y no impuesto por las bayonetas. Mas de un siglo transcurrió desde ese entonces, y cuando la esposa del General Valle fuera a implorar la indulgencia de Aramburu, tampoco se digno a escucharla, porque este ordeno que se lo dejase dormir plácidamente. Otro fusilamiento. Pero era otro bárbaro, y por ende, era simple justicia. Tanto en Navarro como en la Penitenciaria Nacional, la causa de la Civilización se mostró ante todos en su faz autentica y pura, sin los adornos de bronce con que tanto pretende acicalarse, y sin las altisonantes frases de perfecta métrica que fungen de estribillos en su marcha triunfal.

Una de esas frases estruendosas, aunque tan larga que fue necesario reunir muchas paginas a las que algunos podrían llamar libro, fue alumbrada hace pocos días, y se convirtió en un éxito de ventas. Me refiero al nuevo engendro del gran Marcos Aguinis, al cual le han dado la palmada de bienvenida unas manitas regordetas y sonrosadas, como es debido. Nunca podrán ser encontradas tantas invectivas en tan poco espacio físico, algo realmente sorprendente y que haría pensar en una nueva especie dentro de la literatura: el libelismo mágico, que no solo distorsiona las dimensiones del papel impreso, sino también la historia y toda la realidad en pos de un solo objetivo, que no es otro que denostar la nueva barbarie, que por ser nueva no deja de ser menos barbara. El inefable Aguinis, predilecto por aquellos militantes del mediopelo, a los que Coelho les parece insuficiente, aunque no menos interesante por cierto, nos demuestra nuevamente con un despliegue hilarante de fraseología insubstancial, que la Argentina merece ser borrada de la faz del mundo cuanto antes, y solamente para bien de sus propios habitantes. Todo lo pasado, en su cosmovision billikeniana, es el summun de la humana excelencia. Delirando aun con los granos hinchiendo los barcos en el puerto, extasiándose con la recepción orgiástica hecha a una infanta española en el Centenario, llorando la educación que alguna vez se pudo alcanzar por obra y gracia de unos seres supranaturales, casi europeos (¡y de los buenos además!). Aunque olvidando el hambre al cual eran llevados los aparceros por la voracidad de los terratenientes, dejando de lado el magnifico quehacer del coronel Falcón echando a la calle a miles de mujeres y niños tras la huelga de inquilinos, al igual que no dándose cuenta que la universidad en aquellos hermosos años era el patrimonio particular de un puñado de familias, que coincidentemente eran los dueños de la tierra y también de las casonas. Esa Belle Époque, tan dulce para los imbeciles de siempre, que comparten la visión de superioridad como sus ancestros rivadavianos, es el ideal platónico al cual deben tender todos los esfuerzos de un Estado consciente de su rol como guardián de los intereses del Patriciado. Esa es la Patria que protegen los pluscuamperfectos idiotas latinoamericanos de la talla de Aguinis, esa Patria que no es mas que unos intereses espurios incorporados a las instituciones del Estado como dogma inmanente. Y la pluma de escritores de esta calaña, otorga a los militantes de la causa de la Civilización nuevos bríos y una falsa afirmación de su propia superioridad, y aceleran los ánimos de aquellos que tanto quisieran reproducir un nuevo Navarro, un nuevo José León Suarez, sin ningún tipo de pudor, para hacer que el aluvión zoológico se reencauce, y la paz vuelva a cubrir la Argentina toda. ¿Pero cual es esa paz tan ansiada, sino la de los sepulcros?, una paz en la que el pasto sirva de alimento a las reses, y la sangre (que es lo único que los bárbaros tenemos de humano) abone la tierra en la cual habrá de sembrarse la adorada soja.

Mientras los civilizados exhaltan a su bufón, y toman sus escritos como nuevo estandarte en su eterna lucha contra los negadores de su excelsa condición, los bárbaros seguirán construyendo la Patria verdadera, como lo hicieron en las guerras por la independencia y en la defensa de la soberanía, sin escatimar sus esfuerzos y siquiera sus vidas. Sin importar los tiempos, siempre habrá un Cepeda, en que la Argentina resurgirá a pesar de los anhelos de los civilizados en perpetuar la sujeción a esas cadenas de oro tan caras a sus sentimientos. Por mas que los embaucadores como Aguinis se esfuercen en hacer verosímiles mentiras tan atroces, sus aleteos no son suficientes para desprenderse de ese suelo cenagoso de la calumnia. Pero cabe una advertencia al pobre sujeto, por una compasión que no se puede negar a nadie: mas vale que ahorre un poco de ese dinero que esta haciendo, porque las gorditas pronto cambian de gusto, y así no solo “su patria” será pobre, sino también él mismo. Mientras los civilizados se lamentan y aguardan el momento de su posible desquite, los bárbaros seguiremos construyendo una Argentina en que la Libertad sea inherente a todos los hombres y mujeres en su plena acepción, y nunca mas la justificación de unos pocos para los crímenes más execrables.

martes, 4 de agosto de 2009

La Ultima Arenga

Al General Don Martín Miguel de Guemes,
el único general argentino que ha tenido la Gloria
de caer en combate, por nuestra Libertad

¡Oro y un doctor!, ¡que gran necedad!
¿Acaso a un patriota con ello quieren comprar?
¿Acaso no oyen a la tierra iracunda bramar?
¡Libertad!, ¡Libertad!, ¡Libertad!

Soldados de la Patria, hermanos míos,
la sangre que mana de las heridas de mi cuerpo,
abrazara esta tierra como los mismos ríos.
Mas mis oídos no soportan los delirios,
de amarga felonía, de aciaga traición,
a la cual los infatuados desean arrastrarme.
Mi alma seria incapaz de olvidar a los caídos
y por su memoria, dispuesto estoy a sucumbir,
no una, sino mil veces de ser necesario.
El acero podrá rasgar mi carne,
pero nunca podrá mellar el espíritu ardiente
que mi pecho guardara hasta el final.

¡Oro y un doctor!, ¡que gran necedad!
¿Acaso a un patriota con ello quieren comprar?
¿Acaso no oyen a la tierra iracunda bramar?
¡Libertad!, ¡Libertad!, ¡Libertad!

Soldados de la Patria, hermanos míos,
las huestes de la tiranía ocupan la ciudad,
id a ayudarla, sin demorar un minuto más.
Cubrid el cielo con el polvo de los cascos,
rasgad el viento con el ímpetu de las lanzas,
acosad a los invasores hasta en sus sueños.
Vuestro General os da su ultima orden,
y con ella su aliento y toda su devoción,
y una verdad tan esplendente como el Sol:
Mas vale bajar digno al sepulcro eterno
antes que por un instante el yugo portar.
Este hombre partirá, pero la Patria, ¡Vive!.

¡Oro y un doctor!, ¡que gran necedad!
¿Acaso a un patriota con ello quieren comprar?
¿Acaso no oyen a la tierra iracunda bramar?
¡Libertad!, ¡Libertad!, ¡Libertad!

jueves, 23 de abril de 2009

Significado del Revisionismo Histórico

El sentido común nos indica que nada sucede de manera fortuita, que un hecho no es mas que un eslabón en una cadena sucesiva de actos realizados por los hombres; y aún más, que pueden devenir en situaciones no previstas en los sueños más absurdos de los iniciadores de cualquier proceso de causas y efectos. De los buscadores de la fortuna fácil, que pretendían obtener el preciado oro a partir de metales innobles y una maraña de invocaciones, fuelles y matraces, llegamos a la concreción de una rama de la ciencia como lo es nuestra moderna Química. Y cuantas veces nos han machacado en las aulas escolares, con la parsimonia tradicional vestida de pulcro blanco, que un italiano bogando en naos españolas tratando de llegar a Catay, se topo en medio del camino con un mundo inmenso y desconocido, y murió finalmente sin conocer al Gran Khan y sin saber de dicha proeza que le daría fama inmortal.

Algo semejante, si bien en una dimensión bastante peculiar, podríamos notar en los orígenes del Revisionismo. El fundador de la escuela historiografía argentina, personaje que supo canalizar de manera sumamente inteligente el encanto irresistible que los títulos y demás preseas despiertan en los que buscan sobresalir por sus dotes con la pluma; que cimento su gloria en las propias tintas mas que en las de los otros, intentando convertir su credo político en una verdad indiscutible valiéndose de la objetividad que garantizaban recurrir a documentación (si bien la adecuada, las contradictoria no era sino pasto para las canciones de la chusma ignorante e incivil), culmino su fulgurante carrera de traiciones y crímenes, ¡oh!, excusen mi verba poco acibarada teniendo en cuenta la excelsitud de este prócer para sus sucesores, pero me es imposible ocultar mi aversión mas allá de la órbita pura y abstracta de lo académico, creando el germen de la conocida Academia Nacional de la Historia. Maniobra en verdad brillante, es preciso reconocerlo, no bastaba con adueñarse del presente sino también enseñorearse con el pasado, buscando la ansiada trascendentalidad de la realidad que la generación de los Unificadores había moldeado a su imagen y semejanza. Las leyes podrán cambiarse, no así el sustrato histórico que la sustenta, y si dicho basamento eminentemente subjetivo pudiese ser trastocado para servir de fundamento a las ideas que los ilustrados impusieron a sangre y fuego, cualquier temor que podría abrigarse en el horizonte incierto, no tendría razón de ser. El señor Bartolomé Mitre, emulando a los antiguos faraones, construyo para sí y para su casta, la gigantesca pirámide llamada Historia Oficial, cuya magnificencia bastaría para que esas masas nativas y también las venidas de mas allá de los océanos supieran que el poder de los encumbrados era tal porque así lo dictaban los hados del destino.

Pero, ¡siempre hay peros afortunadamente!, las reglas que el pensamiento liberal impuso al estudio de la Historia, fueron llevadas al extremo por un discípulo dilecto que se mostró mas papista que el mismo Papa. El cientifismo de Adolfo Saldias le impedía aborrecer con la recomendable intensidad, todos los hechos acaecidos desde el año 1828. Cuanto gloria se hubiera ganado si estudiaba algún insecto bicorne o daba a luz versos opulentos y vivaces como la clase de la cual era miembro preclaro. Se obstino y recurrió a la documentación desperdigada por los archivos oficiales y particulares, e incluso oso tocar los papeles que el “nefasto” Tirano se había llevado a Inglaterra en vez de los caudales públicos que le hubieran sido bastante mas útiles (liberalmente hablando) en su vejez. Muchas veces la verdad trasluce con maneras casi sarcásticas, y este caso es la confirmación de esta suposición. Un seguidor del maestro Mitre, blasfemaba con tan solo la aplicación inmisericorde de los preceptos inculcados por el mentor, reivindicando la Barbarie con los métodos prístinos de la Ciencia. ¡Cuan consternado debió haberse sentido el padre de la Historia Oficial, al ver que uno de sus sucesores se revelaba contra su dogma sin antes hacerlo contra su método!. En verdad, el Revisionismo nació así, como una burla cruel que los patricios porteños se propinaban a sí mismos. Aunque para evitar que esos desvaríos volvieran a repetirse, nada mejor que engalanar la “Historia” con los atuendos graves y portentosos del institucionalismo. No bastaban con los libros, que apenas al salir a la luz ya eran duramente castigados por la magnifica Historia de la Confederación Argentina de Adolfo Saldias, sino faltaban las sillas, los membretes, las publicaciones oficiales. A la pirámide mitrista le hacia falta una guardia permanente, para evitar las consabidas blasfemias a las cuales se expondría la memoria del Maestro, cuando los hombres penetrasen en sus estancias y las encontraran vacías. A la casta sacerdotal mitrista se les otorgo la propiedad de la Academia, y el poder de fulminar con sus hojas selladas cualquier atisbo de pensamiento que pudiera acabar con la ya resquebrajada deidad.

Aunque el Revisionismo pareció haber tomado una de las características del ser al cual despreciaban los civilizados, y se mostró tozudo como un gaucho. Resistiendo y abriéndose paso paulatinamente, propagándose hacia las capas populares irresistiblemente, le otorgo al Pueblo las nociones mas depuradas de aquello que nunca perdió y que siempre mantuvo aunque de una forma sentimental, casi podría decirse que subconsciente. El rigorismo academicista era seguido por los “rebeldes” como por sus pares historiadores entronizados en sus sillas, aunque perseguían fines absolutamente disimiles en sustancia. La búsqueda de la verdad histórica por parte de los revisionistas tenia por fin revitalizar a la misma nacionalidad, que así podría finalmente hallarse en condiciones de hacer por sí misma, su porvenir. En cambio, la Historia Oficial solo quería mantenerse tal cual era, puesto que el mantenimiento del statu quo era y es su fin primordial, siendo depositaria tan solo de fechas y nombres, pero soberana absoluta de los preciosos sellos en que basan su majestad. El Revisionismo entre los años 30s y 70s del siglo pasado, fue uno de los motores de los grandes cambios de la Argentina, siendo un ejemplo de lozanía, vitalidad y empuje sorprendente. En cambio los otros, siempre fueron decrépitos desde la cuna, contentándose con acariciar el báculo, fuente de su preponderancia.

Al fin y al cabo, sin desmedro de aparentar simplismo, podría decir que el significado del Revisionismo es la reivindicación de la Argentina misma. Es la reivindicación de la tierra argentina, de sus hombres y de sus ideales, por sobre las falacias absurdas cuyo único asidero real se debe buscar fuera de las fronteras de nuestra Nación. A tal punto se ha demostrado peligrosa a los intereses de la plutocracia heredera del mitrismo político, cuando no histórico, que se la ha intentado combatir recurriendo a foguear uno que otro divisionismo absolutamente infundado y pueril. El icono del revisionismo no puede ser otro mas que el Restaurador de la Leyes, no por algún remanente de soberbia portuaria, sino más acabadamente por estar reunidas en su obra – y en su lucha constante- todas aquellas cuestiones esenciales que necesitaban ser negadas por el liberalismo para erigirse triunfante. Juan Manuel de Rosas es el epitome de la Argentina naciente, joven pero orgullosa y libre, vigorosamente comprendido y secundado por los caudillos de las demás provincias argentinas, junto con el Pueblo en su conjunto, que afirmaron ante el mundo que esta Patria existía por su propia convicción y fuerza.

martes, 31 de marzo de 2009

GAUCHO



He allí el nombre del hijo dilecto
de la Pampa Inmensa y del Cielo Eterno
que en las horas de peligro y temor,
en que los corazones de tantos el miedo residió,
olvidándose de sí, concurrió al llamado de su Madre hermosa,
sin importarle la majestad ni la soberbia del enemigo.

He allí el nombre del hombre que nunca conoció de amos,
que tan solo ante Dios era capaz de doblar la cerviz,
motejado por los civilizados de salvaje, bárbaro, matrero.
Pero fueron sus brazos los que habían hecho la Independencia,
y con un poco de yerba mate, carne asada, un poncho y un facón,
sea en Salta, o en Santos Lugares, con igual porfía la defendió.

Su sangre sagrada con tanta generosidad regó esta tierra,
y bajo el Sol intenso de la Federación, floreció la Libertad
fuerte y briosa, como el rocío que la nutrió.
En cada página que hizo en la historia de nuestra Patria,
se vislumbra que de Pelayo heredo el orgullo, y del Inca la templanza.
Cargaban fervorosos a abrazar la muerte si la Victoria no era posible,
pues todo era soportable para ellos, menos cargar un yugo.

A pesar de toda la oscuridad tejida con tesón,
una existencia tan luminosa fue imposible de ocultar,
y allí esta aun esa bendita palabra, como sinónimo de bondad,
hombría, lealtad y fortaleza, o sea, de Argentinidad.
Imposible sería rememorar la gloria que los cubrió,
mas estas líneas pretenden ser portadoras de la Verdad,
y por ello, bien vale decir, que ni los fortines pudieron con ellos,
¡Habría que ser ciego para no verlos marchar aquel 17!
Y cuando la artillería derramaba su lluvia mortal,
en aquellas jornadas de Prado del Ganso,
¡Quién no los escucho arengando altaneros!

Mientras haya un argentino en esta tierra
que pueda gritar sincero ¡Viva la Patria!,
el Gaucho seguirá, porfiado, existiendo.

martes, 24 de marzo de 2009

¿Cuándo nace la idea de Federación?

El surgimiento del Federalismo de cuño criollo tiene por artífice indiscutible al Protector de los Pueblos Libres, el gran José Gervasio Artigas. Aunque la idea, si bien bastante restringida en sus alcances, es un tanto anterior a la obra genesiaca del Caudillo Oriental; si observamos el desarrollo de la Revolución del 14 y de Mayo de 1811 en Asunción del Paraguay, allí encontraremos las muestras de una autonomía provincial bastante desarrollada, desde los mismos inicios del proceso.
Los recuerdos de la represión de la sublevación comunera por parte de los porteños, y la libre introducción de productos manufacturados autorizada desde 1809 que perjudicaban enormemente las industrias autóctonas, fueron factores determinantes, aunque el primero principalmente en la psique colectiva y el segundo en las proyecciones de los nuevos gobernantes, para mantener una conducta vigilante ante la autoridad que sustituyo la del Virrey.
La primera mención de la palabra Federación, aun sin los ribetes sagrados que adquiriría posteriormente al convertirse en sinónimo de Libertad, la encontramos en el Tratado del 12 de Octubre de 1811, celebrado entre la Junta de Asunción, y los representantes de la Junta de Buenos Aires, don Manuel Belgrano y don Vicente Echeverría. Mas precisamente en el Art. 5 de este Tratado, se vislumbran las características que serán inherentes al sistema Federal implantado en las Provincias del Sur, primero por Artigas, y luego por el ilustre Don Juan Manuel de Rosas. Aunque la palabra “Independencia”, debe ser entendida como independencia de un gobierno con respecto al otro, esto es, la Autonomía.
La idea de la Federación empieza a gestarse desde los mismos albores del proceso independentista americano, como respuesta a los anhelos de autentica libertad de cada uno de los pueblos que formaron parte de los dominios españoles. Y para comprender mejor el significado de la Confederación Argentina, nada mejor que reproducir íntegramente el primer instrumento donde los rayos de la alborada federal son visibles.

Tratado de Límites entre las Juntas Gubernativas de Buenos Aires y del Paraguay
12 de octubre de 1811

La Junta Superior Gubernativa de esta Provincia a todos sus habitantes

Si el buen éxito de nuestros primeros sacrificios, cuando dirigimos nuestros pasos a la mansión deliciosa de la Libertad, es bastante motivo de gloria y satisfacción; éste debe crecer a medida que se alienta nuestra esperanza con la proporción para nuevas empresas. Parece que una especial Providencia nos ha favorecido hasta aquí en todas resoluciones; y si en los sucesos pasados podemos fundar alguna conjetura de los futuros; bien podemos decir que ya no estamos distantes de ver el colmo de nuestra felicidad. La revolución gloriosa con que recobramos nuestra dignidad primitiva haciéndonos superiores a los peligros y obstáculos, que intentó oponer el despotismo: excitará siempre la más tierna memoria y placer aún en las almas menos sensibles; pero ciertamente no podrá hacer menos el recuerdo de nuestra feliz unión y reconciliación con la insigne Ciudad y Provincia de Buenos Aires. Ya con otro bando se manifestó al público este grande acontecimiento digno de los mayores aplausos por todas sus circunstancias. Reconocida nuestra independencia, aún restaba concordar sobre otros puntos menos esenciales a la verdad, pero de no poca importancia y consideración por sus consecuencias. Esta negociación se ha terminado felizmente a nuestra entera satisfacción, y la Excelentísima Junta de Buenos Aires por medio de sus ilustres Representantes enviados a esta Ciudad acaba de darnos en esta conclusión una nueva prueba y la más brillante de la rectitud de sus determinaciones y de las ideas benéficas y liberales de que se halla poseído con respecto a esta Provincia. El Gobierno que por la obligación que le impone su ministerio ha tomado siempre el mayor interés no sólo en sostener los justos derechos de la Provincia, más también en todo cuanto concierne a la prosperidad común y particular de todos sus moradores, tiene hoy la mayor complacencia en comunicar al público este último tratado arreglado y concluido en la forma siguiente:
Los infrascriptos Presidente y Vocales de la Junta de esta Ciudad de la Asunción del Paraguay, y los Representantes de la Excma. Junta establecida en Buenos Aires, y asociada de Diputados del Río de la Plata, habiendo sido enviados con plenos poderes con el objeto de acordar las providencias convenientes a la unión y común felicidad de ambas Provincias y demás confederadas, y a consolidar el sistema de nuestra regeneración política, teniendo al mismo tiempo presentes las comunicaciones hechas por parte de esta Provincia del Paraguay en veinte de Julio último a la citada Exma. Junta, y las ideas benéficas y liberales, que animan a esta conducida siempre de sus constantes principios de Justicia, de equidad, y de igualdad, manifestados en su contestación oficial de veinte y ocho de Agosto siguiente: hemos convenido y concordado después de una detenida reflexión en los artículo siguientes:
Artículo 1°. Hallándose esta Provincia del Paraguay en urgente necesidad de auxilios para mantener una fuerza efectiva y respetable para su seguridad, y para poder rechazar, y hacer frente a las maquinaciones de todo enemigo interior, o exterior de nuestro sistema: Convenimos unánimemente en que el Tabaco de Real Hacienda existente en esta misma provincia se venda de cuenta de ella y sus productos se inviertan en aquel sagrado objeto, y otro de su analogía al prudente arbitrio de la propia Junta de esta Ciudad de la Asunción, quedando como efectivamente queda extinguido el estanco de esta especie y consiguientemente de libre comercio para lo sucesivo.
Artículo 2°. Que así mismo el peso de Cisa y Arbitrio que anteriormente se pagaba en la Ciudad de Buenos Aires por cada tercio de yerba que se extraía de esta Provincia del Paraguay, se cobre en adelante en esta misma Ciudad de la Asunción con aplicación precisa a los mismos objetos indicados; y para que esta determinación tenga en adelante el debido efecto se harán oportunamente las prevenciones convenientes, en la inteligencia de que sin perjuicio de los derechos de esta Provincia del Paraguay, podrá para los mismos fines establecerse por la Excma. Junta algún moderado impuesto a la introducción de sus frutos en Buenos Aires siempre que una urgente necesidad lo exija.
Artículo 3°. Considerando que a más de ser regular y justo que el derecho de Alcabalas se satisfaga en el lugar de la venta donde se adeuda: no se cobra en esta Provincia Alcabala alguna del expendio que en la de Buenos Aires ha de hacerse de los efectos o frutos que se exportasen de esta de la Asunción. Tampoco en lo sucesivo se cobrará anticipadamente Alcabala alguna en dicha Ciudad de Buenos Aires, y demás de su comprehensión por razón de las ventas que en esta del Paraguay deben efectuarse de cualesquiera efectos que se conducen o se remiten a ella, entendiéndose con la calidad de que sin perjuicio de los derechos de esta Provincia podrá arreglarse este punto en el Congreso.
Artículo 4°. A fin de precaver en cuanto sea posible toda desavenencia entre los Moradores de una y otra Provincia con motivo de la diferencia ocurrida sobre la pertenencia del Partido nombrado de Pedro González que se halla situado en esta banda del Paraná: continuará por ahora en la misma forma que actualmente se halla, en cuya virtud se encargará al Cura de las Ensenadas de la Ciudad de Corrientes no haga novedad alguna, ni se ingiera en lo espiritual de dicho partido, en la inteligencia de que en Buenos Aires se acordará con el Ilmo. Señor Obispo lo conveniente al cumplimiento de esta disposición interina, hasta tanto que con más conocimiento se establezca en el Congreso General la demarcación fija de de ambas provincias hacia ese costado, debiendo en lo demás quedar también por ahora los límites de esta Provincia del Paraguay, en la forma en que actualmente se hallan, encargándose consiguientemente su Gobierno de custodiar el Departamento de Candelaria.
Artículo 5°. Por consecuencia de la Independencia en que queda esta Provincia del Paraguay de la de Buenos Aires conforme a lo convenido en la citada contestación oficial del 28 de agosto último: Tampoco la mencionada Exma. Junta pondrá reparo en el cumplimiento y ejecución de las demás deliberaciones tomadas por esta del Paraguay en Junta General conforme a las Declaraciones del presente Tratado. Y bajo de estos artículos deseando ambas partes contratantes estrechar más y más los vínculos y empeños que unen, y deben unir ambas Provincias en una federación y alianza indisoluble, se obliga cada una por la suya no solo a conservar y cultivar una sincera, sólida y perpetua amistad, sino también de auxiliarse y cooperar mutua y eficazmente con todo género de auxilios según permitan las circunstancias de cada una, toda vez que lo demande el sagrado fin de aniquilar y destruir cualquier Enemigo que intente oponerse a los progresos de nuestra justa Causa, y común Libertad; en fe de todo lo cual con las más sinceras protestas de que estos estrechos vínculos unirán siempre en dulce confraternidad a esta Provincia del Paraguay, y las demás del Río de la Plata, haciendo a este efecto entrega de los poderes insinuados, firmamos esta Acta por duplicado con los respectivos Secretarios, para que cada parte conserve la suya a los fines consiguientes. Fechado en esta Ciudad de la Asunción del Paraguay a doce de octubre de mil ochocientos once.

Fulgencio Yegros – Doctor José Gaspar de Francia – Manuel Belgrano – Pedro Juan Cavallero – Doctor Vicente Anastacio de Echevarría – Fernando de la Mora, vocal secretario – Pedro Feliciano de Cavia, secretario.

ARTÍCULO ADICIONAL
AL TRATADO DE 12 DE OCTUBRE DE 1811 ENTRE LA JUNTA GUBERNATIVA DEL PARAGUAY Y LA DE BUENOS AIRES
Aunque por el Artículo segundo del Tratado, concluido y firmado este día, se dispone que la Exma. Junta podrá establecer algún moderado impuesto, en caso urgente, a la introducción de los frutos de esta Provincia del Paraguay en Buenos Aires; declaramos, conforme a lo convenido, al propio tiempo que esta imposición haya de ser un real y medio por tercio de yerba, y otro real y medio por arroba de Tabaco, y no más, hasta tanto que en el Congreso General de las Provincias, sin perjuicios de los derechos de esta del Paraguay, se arregle la imposición que por razón de dicha entrada deba pertenecer en lo sucesivo, debiendo esta declaración tener la misma fuerza, vigor y cumplimiento que los demás artículos del enunciado tratado. Y para que conste firmamos por separado (Artículo separado) en la Asunción del Paraguay a doce de Octubre de mil ochocientos once.
Fulgencio Yegros – Doctor José Gaspar de Francia – Manuel Belgrano – Pedro Juan Cavallero – Doctor Vicente Anastacio de Echevarría – Fernando de la Mora, Vocal secretario – Pedro Feliciano de Cavia, Secretario.

Fuente: Biblioteca de Mayo, Tomo 14, "Guerra de la Independencia", pp. 12.563/12.565. Edición Senado de la Nación, Buenos Aires, 1963.

martes, 10 de marzo de 2009

Del Futuro

(Extracto de un discurso pronunciado en la UNLaM el 28/10/2007)


Tantas cosas pueden ser evocadas en tan pocas palabras. El futuro configura a veces una promesa, otras una posibilidad, tal vez una alegoría, pero pocos podrían afirmar que es una certeza despojada de toda incertidumbre. Cuando los jóvenes empezamos a pensar en el futuro, ¿que es aquello que salta primeramente a nuestra imaginación?, nuestras cabezas pobladas de canas, tal vez. En las dimensiones mas individuales, por ende mas pequeñas y limitadas a pocas décadas, esto seria lo natural, puesto que cada uno esta conciente de su finitud y de aquello que conlleva alejarse del mediodía existencial. Pero, como sería pensar en el futuro, desde esa perspectiva absoluta, en la que los nombres de los individuos se disuelven para conformar una entidad mucho mayor, cuando dejamos de tener en cuenta la sucesión de los días y semanas, y las realidades son contadas en medidas de lustros, décadas, de siglos.
En pocas palabras, ¿Cómo la misma Argentina, piensa en su futuro?.
Falta tan poco para que sea celebrado el Segundo Centenario. En aquellos tiempos pretéritos, en los cuales el peso de la infamia podía percibirse en el aire mismo, nuestros padres no tenían ante sus ojos siquiera un espejismo de lo que podría llegar a ser esa tierra sobre la que sus pies se apoyaban, aunque estaban concientes de lo que seria si sus actos reflejaban flaqueza. Tal vez solo barro, o piedra tosca, quizá mármol, nacerían de sus hechos. Pero fuese lo mas suntuoso o simple, no podría ser hermoso si no tuviere la bendición de la Libertad. Y dicha bendición, solo es dable si a la Divinidad le son ofrecidas los despojos infames de las cadenas destrozadas. Y ciertamente nuestros padres, hicieron esas ofrendas, aunque debieran también entregar sus vidas en ese holocausto en pos de un mañana. De un futuro tal vez duro, pero siendo libre, siendo de sus hijos, tan bello...
Ciertamente pocas son las naciones que pueden arrogarse los prístinos laureles que engalanan a sus grandes hijos. ¿Qué fue aquello que impulso a tantos hombres, a transponer las fronteras de roca, a las infinitas soledades del agua?. Los estandartes de los libres, en que se ven el radiante Sol del sur; han ondeado vigorosos en lo mas alto de las fortalezas inexpugnables, en que se cimentaban los anhelos de eternidad de la Tiranía, se ha reflejado en los mares de cada confín del orbe, en los que otrora el despotismo se creía seguro. De los labios de los hijos de esta noble tierra, pueblos enteros han oído esa sacra palabra.
Quienes pueden levantar su voz, y proclamar a los cuatro vientos sin temor alguno; que por ella han caído desde el tosco soldado, nacido en los llanos, hasta el general cuyo linaje asciende a generaciones incontables; ambos hermanados en el combate, ambos ya iguales en su dignidad. ¡Obstinada prole!, desafiando las distancias y el candente acero, avanzando imparables sin importarles el retorno, exhalando su ultimo aliento pensando tal vez en el futuro de sus hijos. ¡Bravos americanos!, sembrando con su propia sangre lejanas tierras, para que en ellas se irguiesen portentosas, las esplendentes mieses de la Libertad.
¿Por que?. Estando nosotros aquí, ¿acaso hace falta respuesta más elocuente que tan solo vernos entre nosotros?.
Nunca faltaran quienes consideren que el sacrificio elevadísimo de nuestros magnos padres, fue inicuo. No faltaran quienes aseveren que el futuro por los que ellos dieron la vida a cambio, ha perecido. Pero a pesar de las vicisitudes por las cuales esta Nación ha atravesado, aquellas duras pruebas que signaron a generaciones enteras, no han podido acabar con esa esperanza nacida hace casi dos siglos. Los hijos de esta gran nación pueden gritar al mundo entero: ¡aquí estamos!. ¡Estamos!, los que quebrantamos el Callao; ¡estamos!, los que vencimos flotas invictas; ¡estamos!, los que miraron a los poderes mas grandes de la historia y los retamos.
Aquí estamos, hablando del futuro, sumergiéndonos en el pasado. Contradictorio de alguna manera, si se considera que el pasado y el futuro se contraponen y se excluyen. Pero acaso, ¿no somos un futuro cierto, para aquellos que nos precedieron?. Así, para intentar comprender lo que nos depara el devenir, no es tan descabellada esta vía.
Aprendamos del ejemplo de nuestros ilustres padres, mantengámonos siempre altivos, pues somos hijos de la misma Madre que engendro a tantos héroes. Firmes en los principios que son lábaro indiscutible de la grandeza y la virtud. Sapientes de los hechos de nuestros antepasados, procuremos emular la entereza desde todos los sitiales de nuestra vida, desde el más humilde al más enaltecido, porque todos son nobles al ser libres. Ya no es necesario empuñar los armas, pero ahora es más necesario que nunca empuñar fuertemente los ideales que emanan de las letras brillantes escritas por nuestros mayores.
Que en el siguiente Centenario, el Tercero, aquellos que lo celebren tengan más motivos para enaltecer a su Patria que los que ahora tenemos, que no necesiten remontarse demasiado para encontrar motivos de inspiración para sus faenas y sus vidas. Que sus corazones palpiten con mayor intensidad, al saberse hijos de la Argentina.
La incertidumbre puede ser grande, como oscura puede ser la noche. Pero nunca habrá penumbra tan intensa que devore la misma luz de la alborada. Podrá ser largo el reinado de las sombras , pero siempre acaba.
Seamos obstinados y altivos, que el sol que vean nuestros hijos sea más radiante que ninguno. Así saldaremos la deuda enorme que tenemos con nuestros padres; y nuestro andar sobre esta tierra, no habrá sido en vano.

jueves, 19 de febrero de 2009

Aquel Marzo...


Rápido llegaron las nuevas de la Europa
Más una en demasía alegro a los usurpadores;
¡Ha muerto el Tirano!, vociferaban altaneros.
Pero si lo dicen ellos, yo no les creo.

¿Ha cerrado los ojos, Señor?
¿Duerme Usted, Restaurador?

Dicen que murió en medio de la peor pobreza
¡Cuan tontos son los porteños! ¡Discúlpelos Señor!
¿Acaso todas las riquezas del mundo podrían compararse
a esa joya hermosa, el sable del Libertador?
Sus manos ajadas por el trajinar diario,
¿no son testimonio fiel de su orgullo bravo?
Con ochenta y tantos años encima
¡Y sin embargo trabajando!

Dicen que Usted ya no esta,
¡Pero si aun puedo verlo!
Allá se extiende su piel,
en la infinidad de las pampas;
si quiero tocar su pecho,
solo debo posar una mano en los Andes.
Y en cada recodo del Paraná,
¡escucho con estridencia sus latidos!
¿Y quien no siente su aliento,
viajando en el Zonda y el Pampero?

Ha vencido, Don Juan Manuel, nuevamente.
Ya las felonías no lo pueden tocar,
pero no ha muerto, tan solo esta dormido,
esperando el momento adecuado,
en la espesura del monte,
entre nuestros paisanos.

Usted es Eterno, Don Juan Manuel de Rosas,
como la Patria por la que todo lo dio, sin pedir nada,
por mas que los doctos sumen infamia a mas infamia,
allí estará su brazo fuerte, esplendente como los cañones de Obligado,
señalando el Camino de la Grandeza, de la Libertad y el Honor.

¡Aquí lo aguardan sus Colorados!

¡Viva nuestro Restaurador!

viernes, 6 de febrero de 2009

Martiniano Chilavert



El mártir de Caseros


Introducción.


El 3 de febrero de 1852, Día aciago para la América toda como bien lo sabemos, las alas del ejército federal son batidas sin mucho esfuerzo por las aguerridas y bien armadas tropas urquicistas, y pronto se desbandan en completo desorden. Pero el centro resiste porfiadamente, su artillería no se detiene a pesar de que la contienda ya estaba decidida. Puesto que en frente suyo, las fuerzas imperiales marchan a su encuentro, desplegando sus estandartes coronados, y esto será motivo suficiente para continuar ante todo. ¡Las falanges esclavistas no deben avanzar mas!; ¡No es posible olvidar Ituzaingo!; seguramente bramaba el valeroso espíritu del coronel Chilavert, mientras mandaba colectar las municiones enemigas esparcidas rededor suyo, y luego hasta las piedras, para proseguir con el fuego, cuando sus balas habianse acabado; mas no su heroísmo.

El joven que gustaba de las matemáticas.
El Soldado. El Unitario.

Nace en Buenos Aires en el año 1801, hijo del capitán Don Francisco Chilavert, si bien en pocos años su familia volverá a España. Inicia sus estudios en Europa, mostrando gran inclinación hacia las matemáticas, que lo llevara a elegir la Ingeniería posteriormente.
Vuelve en 1812 a estas tierras, en la fragata George Canning, la misma embarcación que traía a José de San Martín, entre otros ilustres personajes que harán un aporte fundamental a la causa emancipadora. Aquí proseguirá su labor de preparación, dando énfasis particular a los números, que son su predilección.
Cuando alcanza la edad adecuada, se incorpora al ejército, sirviendo en el regimiento de Granaderos de Infantería. Siempre se mostró leal hacia Carlos María de Alvear, llegando a ayudarle en el 20, en su intento de apoderarse del gobierno de Buenos Aires, el cual fracasa estrepitosamente. En los vaivenes de ese año tan caótico, marchas y contramarchas le harán ver su país de una manera mas profunda. Acaba siendo prisionero de Dorrego.
Obtiene la baja del ejército en 1821, bajo el gobierno de Martín Rodríguez, el cual había emergido del caos del año 20 con la asistencia de uno joven hacendado llamado Juan Manuel de Rosas. Oportunidad espléndida para proseguir con sus estudios, ya que el orden se había restaurado. Llega a ser ayudante en la cátedra de matemáticas de Felipe Senillosa. Obtiene el titulo de Ingeniero en el año 1824.
Mas los acontecimientos se precipitan nuevamente. Un puñado de hombres se lanza a una cruzada de libertad y de honor, al otro lado del Río de la Plata. Y declaran la reincorporación de la Banda Oriental al seno de su Patria autentica. El Imperio del Brasil declara la guerra a las Provincias del Sur. Chilavert acude al llamado del deber, y se enlista para combatir la felonía extranjera. En 1826, asciende a capitán en el Regimiento de artillería ligera. Y en el campo de gloria de Ituzaingo, recibe el ascenso a Sargento Mayor. Sigue combatiendo, esta vez a las órdenes de Rivera, hasta que en 1828 recibe la noticia del acuerdo de paz. Retorna, con esa amargura que solo el saberse víctima de una traición puede provocar. Aunque se equivoca, porque no ha sido Dorrego el responsable de ese desenlace bochornoso. Mas, infatuado, se une a Lavalle, y con el se refugia en el Uruguay tras la derrota. Su espíritu fogoso seguirá activo, asistiendo incluso en las intentonas de Ricardo López Jordán (padre).
Finalmente, se retira del trajín de los combates y conspiraciones. Esto durara hasta 1836, cuando se pliega a Fructuoso Rivera en su revolución contra el presidente Oribe, quien le dará el grado de Coronel en su ejército insurrecto.
Sobreviene la postrer intervención de Lavalle en la Confederación, con la intitulada "Expedición Libertadora", a la cual se pliega nuestro personaje. Mas, no tarda en hartarse de los desmanejos de la "Espada sin Cabeza", sensación acrecentada cuando diose cuenta que el "Libertador" cifraba sus esperanzas en las tropas que pudieran desembarcar los franceses (en conflicto con la Confederación) y no en el levantamiento del "pueblo oprimido" por el gobernador Rosas. Decide volver junto a Rivera.
Mal les va a los unitarios. Todos sus movimientos fracasan y las derrotas se suceden. Lavalle muere en extrañas circunstancias. El resto de los líderes pasa nuevamente al exilio. Manuel Oribe, que había sido desposeído del poder por Rivera en 1838, tras conjurar el unitarismo en territorio de la Confederación, cruza hacia la Banda Oriental con un ejército formidable, que en poco tiempo se adueñara de todo el país, salvo la ciudad de Montevideo.
El llamado "Sitio Grande" inicia. Los federales argentinos y los blancos uruguayos actúan como lo que son, la fuerza pura de estas tierras libres, y ambos concurren a erigir un cerco en torno a Montevideo, último reducto del Unitarismo-Riverismo. La plaza resiste gracias al auxilio constante de las potencias extranjeras. Las legiones francesas e italianas sostienen con sus aceros al régimen de Rivera. Allí estará Chilavert, siendo nombrado jefe de la artillería de la ciudad, por el general Paz.
En la ciudad sitiada, bullen las intrigas políticas tendientes a acabar con el régimen establecido al otro lado del Río de la Plata. Escuchando las variables que proponían los lideres para terminar con su odiado enemigo, observo Chilavert que en cada una de ellas la extinción de la misma nacionalidad era tomada como algo necesario, inclusive intrascendente. ¡Que importa la Patria, mientras triunfen los principios!, predicaban en su lenguaje sutil los doctos exiliados. A pesar de sus protestas airadas, Rivera, sonriente, solo atinara a espetarle que "eran cosas de la diplomacia".
La duda asaltara día a día a nuestro héroe. Y una ira no disimulada ante las maniobras arteras y antinacionales que son llevadas a cabo con tanta naturalidad por los políticos, le llevara a discusiones cada vez más álgidas con sus compañeros de causa. ¿Pero cual era la "causa" que los unía?, ¿la de la Libertad?, pero si esta era comprada con el oro extranjero, ¿no era una condición aun mas vil?.
Al fin y al cabo lo arrestaron, pero logro evadirse y escapo al Brasil. Estando allí, enterose de sucesos cuyo escenario era el poderoso Paraná, en que las lanzas y cañones que se acordaban del pasado español, habían cerrado el paso a la prepotencia de las naciones mas poderosas del orbe, en que un puñado de gauchos bañados por proyectiles y cohetes extranjeros, se cubrieron de una gloria sin igual, y no retrocedieron sino hasta que no les quedaron mas balas que utilizar. Ese 20 de Noviembre, el llamado de la Patria llego a lo profundo del alma de nuestro héroe.

La Redención.

El estruendo de los cañones de Obligado no solo corto el viento calmo que corría sobre el Paraná, sino que retumbo en el corazón de todos los hombres, de un extremo a otro de las Américas. Para algunos fue motivo de alegría, pues creían en su locura, que esas cadenas rotas anunciaban la caída del “tirano” Rosas. Pero la mayoría, sabía que aquel hecho representaba un llamado inextinguible, en donde el orgullo y la ira debían concurrir, esplendentes como el mismo sol en su apogeo.
Dejemos que nuestro héroe nos diga lo que lo motivo a abandonar aquellos ideales a los que sirvió por tanto tiempo. Y no hay mejor forma de hacerlo, que mediante la carta que escribió al General Manuel Oribe, en mayo de 1846, la cual transcribimos a continuación:

“En todas las posiciones en que el destino me ha colocado, el amor a mi país ha sido el sentimiento más enérgico de mi corazón. Su honor y su dignidad me merecen religioso respeto. Considero el más espantoso crimen llevar contra él las armas del extranjero. Vergüenza y oprobio recogerá el que así proceda; y en su conciencia llevará eternamente un acusador implacable que sin cesar le repetirá: ¡traidor! ¡traidor! ¡traidor!Conducido por estas convicciones me reputé desligado del partido al que servía, tan luego como la intervención binaria de la Inglaterra y de la Francia se realizó en los negocios del Plata...Me impuse de las ultrajantes condiciones a que pretenden sujetar a mi país los poderosos interventores, y del modo inicuo como se había tomado su escuadra. Vi también propagadas doctrinas a las que deben sacrificarse el honor y el porvenir de mi país. La disolución misma de su nacionalidad se establece como principio. El cañon de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella. Todos los recuerdos de nuestra inmortal revolución, en que fui formado, se agolpan. Si, es mi patria...anunciándose al mundo por esta verdad: existo por mi propia fuerza. Irritada ahora por injustas ofensas acredita que podrá quizás ser vencida, pero que dejará por trofeos una tumba, flotando en un océano de sangre y alumbrada por las llamas de sus lares incendiados.Lo felicito por su heroica resolución, y oro por la conservación del gobierno que tan dignamente la representa, y para que lo colme del espíritu de sabiduría.Al ofrecer al gobierno de mi país mis débiles servicios por la benévola mediación de V.E., nada me reservo. Lo único que pido es que se me conceda el más completo y silencioso olvido sobre lo pasado.”

Chilavert, que durante años había servido a personeros de la anti-patria como Lavalle y Rivera, demostrara que la redención es posible a pesar de todo. Fue testigo de las maquinaciones de la Pérfida y Nefasta Albión. Mas la batalla de la Vuelta de Obligado fue para él una autentica catarsis. Había despertado finalmente. Rosas y las lanzas federales se presentaron ante sus ojos como lo que eran realmente: Espíritu y Brazo de una Patria que se negaba a postrarse ante nadie.
El destellar altanero de las baterías de Mansilla le hizo vislumbrar la verdad.
Desde ese instante, iniciaba el camino de su redención.

El Retorno a la Patria.

Volverá en el año 1847. Y Rosas, confiando en la palabra de honor de Chilavert, y sapiente de las dotes de eximio artillero, le confía el mando de un cuerpo de artillería. Demostrara que las expectativas puestas en el no eran infundadas, y formara de la mejor manera a los artilleros federales. Aunque no tendrá oportunidad de mostrarse en acción contra las escuadras interventoras, cuyos bríos otrora inmensos han trocado trascendentalmente ante la audaz resistencia criolla. Ya lo imaginamos cerca de la costa, oyendo con sin igual delectación y orgullo, las salvas que ofrendan como desagravio al pabellón argentino, los ingleses y franceses por igual.
Muere el Gran Capitán en 1850. El luto cubre la América entera. Pero el año siguiente, una fatalidad aun peor cambiara los destinos de nuestra Patria, y dejara en su ser un sello imborrable. Urquiza, traiciona la causa de la libertad y del orgullo, y se pasa al bando unitario y brasileño.
Todo se precipita en el desconcierto. El comandante de la evidente guerra contra el Imperio Esclavista, había defeccionado de la peor manera posible. Todos los armamentos que el mismo Rosas le había enviado para la cruzada contra el único trono asentado en el continente, los utilizo a favor del enemigo declarado.
Un enemigo de todo lo que oliera a nacional, nos da un retrato fiel de las motivaciones del General Justo José de Urquiza:

“Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado (El de Brasil) referir la irritante escena, y los comentarios: "¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo para derrocar a Rosas! Todavía después de entrar a Buenos Aires quería que le diese los cien mil duros mensuales, mientras oscurecía el brillo de nuestras armas en Monte Caseros para atribuirse él solo los honores de la victoria."

Y no hay nadie que pueda acusar a Domingo Faustino Sarmiento de rosista. El escribió estas líneas en su carta de Yungay, el 13 de octubre de 1852.

La excusa falaz de Constitución caía por su propio peso. Pero para el pueblo, para los que habían conquistado la libertad en las guerras contra España, y la reafirmaron ante la Francia, ante el Imperio y la Albión nefasta, todo era evidente.

"Las gentes de las campañas no veían más que el hecho inaudito de la invasión del Imperio del Brasil y rodeaban a Rosas en quien personificaban la salvación de la patria.”(Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina.t.III.p.345.Eudeba.Bs.As.1978)

Había que detener al traidor de Urquiza a como diera lugar. Otro nuevo ejército debía ser erigido, para defender a la Federación en este trance quizá fatal. A muchos les gano el desaliento, puesto que se les venia un ejercito portentoso: veteranos de Entre Ríos y Corrientes, mas las tropas de Oribe, junto con las falanges imperiales.
Chilavert, encontró las palabras de aliento adecuadas. Si la Patria cae, lo hará con una gloria que oscurezca eternamente la memoria de los vencedores.

"La suerte de las armas - dijo - es variable como los vuelos de la felicidad que el viento de un minuto lleva del lado que menos se pensó. Si vencemos, entonces yo me hago el eco de mis compañeros de armas para pedirle al general Rozas que emprenda inmediatamente la organización constitucional. Si somos vencidos, nada pediré al vencedor; que soy suficientemente orgulloso para creer que él pueda darme gloria mayor que la que puedo darme yo mismo, rindiendo mi último aliento bajo la bandera a cuya honra me consagré desde niño.”

En la celebre junta de jefes del 2 de febrero de 1852, la opinión de Chilavert es la mas lucida y enérgica. El General Pacheco se sumerge en un estado de inacción total, y el mismo gobernador de Buenos Aires guiara a sus tropas a la batalla. La razón estaba del lado de nuestro héroe, a la luz de lo que sucedió aquel aciago día 3 de febrero, y nuevamente le damos la palabra, pues nadie como el será capaz de explicarlo todo debidamente:

"Pienso que no debemos aceptar la batalla de mañana como tendrá que suceder si nos quedamos aquí, que, por el contrario nuestras infanterías y artillerías se retiren rápidamente esta misma noche a cubrir la línea de la ciudad, tomando las posiciones convenientes; que, simultáneamente, nuestras caballerías en numero de 10.000 hombres salgan por la línea del norte hasta la altura de Arrecifes y comiencen a maniobrar a retaguardia del enemigo, corriéndose una buena división hacia el sur para engrosarse con las fuerzas de este departamento, y manteniendo la comunicación con las vías donde pueden llegarnos refuerzos del interior. Es obvio que el enemigo no tomará por asalto la ciudad de Buenos Aires ni cuenta con los recursos necesarios para intentarlo con probabilidades serias, ni los brasileros consentirían en marchar a un sacrificio seguro. Y entonces una de dos: o el enemigo avanza y pone sitio a la ciudad, o retrocede hacia la costa norte a dominar esta línea de sus comunicaciones y en busca de sus reservas estacionadas en la costa oriental. En el primer caso militan con mayor fuerza las causas que deben destruirlo irremisiblemente. En el segundo caso, nosotros quedamos mucho mejor habilitados que ahora para batirlo en marcha y en combinación con nuestras gruesas columnas de caballería a las que podremos colocar ventajosamente. Y en el peor de los casos, no somos nosotros sino el enemigo quien pierde con la operación que propongo, pues para nosotros los días que transcurren nos refuerzan y a él lo debilitan”
(Adolfo Saldias. Historia de la Confederación Argentina. t.III.p.348. Eudeba.Bs.As.1978)
Tal vez, si hubiera sido escuchado, la Confederación aun existiría para gloria y felicidad de sus hijos.

Caseros.

Acaeció la batalla final, en que la Traición y la Patria, representadas por Urquiza y por Rosas, decidirían el destino de estas tierras, y por ende, de nuestra América.
Las bisoñas fuerzas rosistas, poco pudieron contra un enemigo tan numeroso, aguerrido y equipado. Pero si la Santa Federación caía, lo debía hacer con gloria. Y así lo hizo.
En centro federal resistió gracias a la artillería que comandaba Chilavert, cuyas andanadas impedían avanzar a las líneas imperiales. Como bien lo indicamos en la introducción, el honor cubrió con sus alas a esos bravos artilleros.
Cuando finalmente todo estaba perdido, el Coronel se puso a fumar un cigarro, apoyado en uno de sus cañones. No intento escapar, y se entrego al Coronel Virasoro, aunque el primero en divisarlo fue otro, un capitán, que fue amenazado con perder la cabeza de un pistoletazo si intentaba sacarle sus armas, puesto que se las entregaría solo a un oficial de rango. ¡Hasta en la derrota!, orgulloso como buen criollo.

¡Así mueren los hombres como yo!

Ni vencedores ni vencidos, había proclamado Urquiza. Y tenia razón, porque no vencieron los argentinos, ni tampoco fueron vencidas las hordas de un tirano, venció el Imperio, y la libertad de estas tierras cayo derrotada. Y para aclarar de manera contundente sus palabras, inicio una orgía de horcas y degüellos, de fusilamientos y mutilaciones.

“Un bando del general en jefe había condenado a muerte al regimiento del coronel Aquino, y todos los individuos de este cuerpo que cayeron prisioneros fueron pasado por las armas. Se ejecutaban todos los días de a diez, de a veinte y más hombres juntos. Los cuerpos de la victimas quedaban insepultos, cuando no eran colgados en algunos de los árboles de la alameda que conduce a Palermo. Las gentes del pueblo que venían al cuartel general se veían a cada paso obligadas a cerrar los ojos para evitar la contemplación de los cadáveres desnudos y sangrientos que por todos lados se ofrecían a sus miradas; y la impresión de horror que experimentaban a la vista de tan repugnante espectáculo trocaba en tristes las halagüeñas esperanzas que el triunfo de las armas aliadas hacía nacer. Hablaba una mañana una persona que había venido a la ciudad a visitarme, cuando empezaron a sentirse muchas descargas sucesivas. La persona que me hablaba, sospechando la verdad del caso me preguntó “¿Que fuego es ese?” “Debe ser ejercicio”, respondí yo sencillamente, que tal me había parecido; Pero una persona que sobrevino en ese instante y que oyó mis últimas palabras, “Que ejercicio, ni que broma - dijo - si es que están fusilando gente”
(Memorias inéditas del general Cesar Díaz. P.307. cit.por A.Saldias.t.III.p357)

El Regimiento Aquino, que había desertado de su bando, previo ajusticiamiento de los oficiales impuestos por Don Justo, fue condenado por el simple ánimo del vencedor al exterminio. Esos nobles soldados necesitaban de un comandante digno para marchar silentes a la gloria inmortal. Ese comandante, no podría ser otro que el Coronel Martiniano Chilavert.
Tras una entrevista con Urquiza, de la que no quedo registro alguno o siquiera testigos, esté, iracundo, le mando a fusilar por la espalda, como si fuera un traidor.
Fue tranquilo al suplicio. Lo único que pidió fue un momento para orar y reconciliarse con Dios. A cambio, obsequio tabaco y un poco de dinero a los soldados que debían asesinarlo. Se irguió firme en ese momento culmine, y un sargento fue hacia él para ponerlo de espaldas, ¡grave error de su parte!, Chilavert era un ilustrado, pero un criollo de pura cepa, y lo recibió con un puñetazo que lo envío directo al suelo. ¡El no era un traidor!. Se enfureció y grito: ¡Tirad al pecho! ¡Que así mueren los hombres como yo!
Un disparo lo hirió en la boca, y sin embargo seguía resistiendo a esa muerte indigna. Los soldados se abalanzaron en tropel, y lo ultimaron con sus sables, bayonetas, e incluso con las culatas de sus fusiles. Ese era el martirio que solo los héroes pueden soportar.
Se derrumbo, cubierto de heridas. Pero su espíritu seguía igual de altivo y soberbio en aquel trance supremo, señalo con una mano su pecho, antes de que su alma se extinguiera. Y murió con su espalda limpia de esa marca de oprobio que le quisieron imponer; murío como un guerrero, como un patriota. Conquistando así una Redención y una Gloria carentes de mácula alguna, como los que habían caído en Obligado y fueron su inspiración.
Cayó el 4 de Febrero de 1852, como solo podían hacerlo los hombres libres.

Epilogo.

Mucha sangre debió derramarse en tributo a una supuesta panacea contenida en una Constitución escrita. La violencia prodigada por el vencedor de Caseros, no se limito al enemigo que tuvo en el campo de batalla, sino también a los civiles con vinculaciones con el gobierno de Rosas, acusadondolos de mazorqueros. Ningún juicio se hizo, para siquiera adornar con cierto legalismo tanta barbarie. Luego vinieron las expropiaciones, que dejaron al mismo Rosas, otrora rico hacendado (por propio mérito y trabajo, que los Atalivas vendrían después), en la nada. Los federales que vieron en Urquiza un superador del anterior sistema, pronto sintieron en carne propia su trágico error.
Sin una constitución colgaron a Leandro Alen, padre del fundador del Radicalismo. Con una en la mano, pusieron la cabeza de un general de la Nación, la del Chacho Ángel Vicente Peñaloza, en una lanza.
Todo el papel usado para imprimir incontables tiradas de una Constitución copiada, no será suficiente para limpiar toda la sangre vertida generosamente por los héroes que sabían muy bien que la Patria no era un “librito”, sino la Libertad, el Orgullo, la Independencia, expresados en la santa Federación. Así tampoco con toda la tinta existente sobre la faz de este mundo, se podrá escribir mas que una mínima parte de toda la gloria con que se cubrieron grandes argentinos como el Coronel Martiniano Chilavert.

Aunque mal le pese a la historiografía liberal, la verdad siempre vence.

sábado, 24 de enero de 2009

20 de Noviembre de 1845 (Poesía)



Escuchen bien, amigos míos, ahora les he de contar
Lo que me ha sucedido hace mucho tiempo atrás
Están cansados mis ojos mas mi memoria sigue lozana,
Aun más cuando las palabras eran de un paisano arrogante.

Venia camino del norte con mis carretas cargadas,
Me aleje de la senda, solo y anduve por largas horas
Rumores extraños recorrían esos parajes, me atraían.
Hasta que a lo lejos vi un jinete corriendo raudo,
Vestido de fuerte grana, iba como el mismo viento
No sé porque pero lo seguí,¡ no lo podía alcanzar!
Hasta que el mismo percibió mi presencia y volteo
Apenas parpadee dos veces y ya lo tenia en frente.

Dígame que ha pasado, compadre - le pregunte-
Desde lejos se oye un gran entrevero, paisano, dígame
Que entuerto aconteció?, porque los cañones rugen
solo cuando hay provocación.

Se viene de los pagos del norte – respondió-
por su tonada es sencillo adivinarlo, desde muchas leguas
pero no es tanta la distancia cuando del honor se trata,
¿acaso no ha sabido que barcos extranjeros
han venido de la Europa a bloquear el puerto?
Una poderosa flota fue enviada a remontar nuestro Paraná,
¿para que?, para procurar comercio!.
Les tendimos gruesas cadenas por el paso,
querían pasar los necios sin pedirnos permiso,
¡como si en esta tierra mandasen sus banderas!
pero muy caro pagaron su osadía,
desde la costa respondieron las baterías de Mansilla.

Ah!, amigo, debería haber visto esa faena
sucios de pólvora, bajo una tormenta de balas enemigas,
nuestros soldados no cejaban, ante cada estallido cercano
redoblaban el fervor, respondiendo altaneros
con un ronco resplandor. Muchas cosas hermosas
he visto en mis años, señor, pero el tremolar
de nuestra azul y blanca, en este día no admite
comparación: briosa y sublime bajo el sol,
engalanada con el viril punzo, desafiante,
llamaba a las aguas y a la misma arena, al combate.
Pueden encontrar los doctos palabras mejores
Pero estos momentos desbordaran cualquier evocación.
Al hablar, amigo mío, mi corazón se oprime, de felicidad y rabia.
Solamente el orgullo anima mis exhaustos miembros,
disculpe, pero debo marcharme, soy un mensajero,
que a los superiores debe dar el parte.
Hágame un favor, puesto que usted es un amigo,
a los pueblos por los que pase, repítales lo que de mis labios ha oído.

Y remate con estas palabras hasta que se hagan otras:
¡Los engreídos han roto las cadenas!
¡Nuestros cañones van ya en su persecución!
No dejaran de ver nuestro pendón en la orilla,
¡Ni de sentir nuestros proyectiles hiriendo sus flancos!
¡No descansaremos hasta enjugar esta afrenta!
¡Ahora en el Paraná arden nuestras almas y fluye nuestra sangre!


En memoria de ese valeroso hombre, relato esto una y otra vez
siempre que alguien quiera escuchar, lo habré de repetir
Porque grande es la cuenta que a él debo de pagar,
¡Por esas horas de dignidad y gloria ni una vida ha de alcanzar!

Martín Miguel de Güemes (y la Guerra Gaucha)














El coraje, virtud excelsa cultivada por los hijos dignos de cada pueblo, ha fructificado de las más diversas formas en todo el devenir de la historia de la humanidad. Recordemos a Leónidas, con sus espartanos, cerrando el paso a fuerzas casi incontables, sin ceder un centímetro tan solo, y combatiendo a la sombra de las flechas enemigas. Recordemos a los iberos, resistiendo en Numancia, a las poderosas legiones, prefiriendo antes la muerte que la esclavitud ignominiosa. Pero, no debemos olvidar, a los grandes hombres que conformaron el muro más formidable, enclavado en las frías soledades del norte, allá donde termina la planicie e inician las montañas. Nunca debemos olvidar que la libertad fue posible, gracias al sacrificio de esos que hicieron de Salta, de Jujuy, verdaderos infiernos, paramos impenetrables, a las fuerzas que seguían los estandartes del despotismo... Ese muro glorioso estaba hecho con los pechos de nuestros gauchos, ese infierno ardía intensamente porque lo alimentaban las llamas de ¡La Libertad!

Esas huestes que hicieron posible proeza semejante, estaban dirigidas por un dignísimo hijo de estas tierras, cuyo nombre esta grabado en letras luminosas en la magna historia de las Americas: el General Martín Miguel de Güemes. A él pertenecen los hombros que cargaron con la responsabilidad de hacer posible la gesta de San Martín. Sobre él cayeron las mas duras invectivas de las clases acomodadas, cuya intensidad es solamente sobrepasada por la devoción que por el profesaban sus soldados. Pero aquello por lo que lucho, es nuestro.

Nació en el año 1785, en el seno de una familia adinerada. Recibió una educación esmerada, estudiando filosofía en el Colegio Carolino de Buenos Aires. En 1806, combate para expulsar al invasor ingles. Los sucesos de mayo de 1810, encuentran a Güemes del lado patriota. Va con la expedición al Alto Perú, en la que tendrá una actuación decisiva en la victoria de Suipacha (participación ocultada por Castelli, con quien mantiene serias desavenencias). Tras las duras derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, y el desastre de Huaqui, las fuerzas patriotas deben retroceder. El general Balcarce es reemplazado por Manuel Belgrano. Una invasión realista se encuentra en ciernes, suponiendo los comandantes españoles, que los jirones del ejercito rebelde ya no opondrán una seria resistencia. Jujuy misma empieza a moverse, los pueblos del norte son llamados por Belgrano a unirse a su ejército. Se debe ganar tiempo para reorganizar los cuadros maltrechos. Los patriotas, se retiran hasta Tucumán. Allí se detendrán y ya no retrocederán. Güemes dirige a los gauchos norteños, que deberán pelear para volver a sus mismos hogares, en esos momentos bajo el poder del ejército realista. El 24 de Septiembre de 1812, las armas de su Majestad son batidas estrepitosamente por los patriotas, debiendo retirarse apresuradamente hacia el Alto Perú. Los gauchos de Güemes, pueden volver, aunque no podrán descansar un solo instante. Deberán defender la libertad naciente, amenazada de manera constante por las fuerzas realistas establecidas férreamente en el Altiplano.

En abril de 1814 San Martín le confió la comandancia de las fuerzas patriotas de avanzada formada por gauchos de Salta y de Jujuy. La estrategia había cambiado, y la dirección de la gran cruzada, que inicialmente seria hacia el norte, fue desplazada hacia el oeste, hacia Chile. Los guerrilleros altoperuanos debieron replegarse hacia el sur, hasta las posiciones de Güemes. Así la celebre y esforzada Juana Azurduy, se puso a sus ordenes.

¿Cómo organizó sus fuerzas? Conformo una red de milicias que cubría un amplio territorio, desde Humahuaca –con ramificaciones en Potosí-, pasando por Jujuy, la ciudad de Salta y las poblaciones aledañas del Valle de Lerma, el Chaco salteño y el Valle Calchaquí. Los milicianos fueron organizados en unidades de 20 a 30, bajo el mando de jefes locales, llamados “capitanes de Güemes”.

Los gauchos, así organizados, basando su superioridad en el conocimiento del terreno y en su astucia, rechazaron varias incursiones españolas, y seis intentos de invasión: la del brigadier Joaquín de la Pezuela en 1815; la de La Serna en 1817; dos de Pedro Antonio de Olañeta también en 1817; la de Canterac en 1820 y la de Olañeta en 1821, que le cuesta la vida al mismo Güemes.

¿Como obtiene recursos? El gobierno central le proporciona recursos ínfimos, puesto que la prioridad se encuentra en Cuyo, en el ejercito que San Martín esta formando. La mayor parte proviene de la misma provincia (de la cual es gobernador desde 1815), de los impuestos que pesan sobre los comerciantes y los estancieros. Es creado el “Fuero Gaucho”, que es una suerte de condonación de las deudas por el arrendamiento de las tierras, que beneficia a sus soldados, de extracción preponderantemente rural. A medida que la guerra se prolonga, los tributos pesan más y más sobre las clases acomodadas, que ven en dicho estado de combate permanente, un clima poco propicio para el desarrollo de sus actividades lucrativas, especialmente el contrabando. Además, las prerrogativas con que Güemes beneficia a los suyos, van creando una situación que se torna peligrosa para los aristócratas: los gauchos, otrora sumisos, adquieren una nueva visión de su condición, empezando a sentirse y -aun peor- manejarse como ciudadanos...

La guerra gaucha, va adquiriendo un matiz distinto cada día que transcurre. De la liberación del yugo español, se va transitando progresivamente, hacia la liberación de los oprimidos, quienes no habían cambiado, a pesar de que el antiguo régimen había sido depuesto. En 1815 la gente decente había aclamado a Güemes como gobernador. Pero cada año que pasa, ve cada vez mas distanciados al gobernador y a la clase principal, llegando esta inclusive a llamarle tirano. El germen de la traición es inoculado entre los más conspicuos representantes del patriciado salteño, que ven en la intransigencia del jefe patriota, un escollo insalvable para retornar a la tan ansiada paz.

Mientras tanto, los combatientes gauchos, continúan vigilando el ardiente frente. Pelean en medio de las oquedades de las rocas, golpean sorpresivamente las avanzadas españolas, brindan su apoyo incondicional a los pocos guerrilleros que se mantiene firmes en el Alto Perú, a pesar de la represión brutal y sanguinaria que buscaba acallar las voces de esos pueblos. Se sacrifican por cerrar el paso a toda fuerza que vaya en contra de esa palabra nacida a la luz del sol de mayo. Ganan tiempo precioso, puesto que en Cuyo, se esta gestando la magna Expedición. La cual parte finalmente en 1817...

El año 1820 fue muy difícil para las Provincias Unidas del Sur. La Constitución de 1819 había sido rechazada por las Provincias, y el Litoral se hallaba en franca rebeldía contra el poder central, cuya legitimidad estaba desvirtuada, a causa de la soberbia porteña. El Directorio cae y Buenos Aires es una provincia como las demás. Una provincia inmensamente rica, eso sí, que se ha lavado las manos de la expedición Sanmartiniana y que no envía ni un peso a las tropas del norte. En agosto de
1820 Güemes recibe un emisario desde Chile, con despachos firmados por el General San Martín.
Allí le encomienda la erección de un ejército que avance mas allá de la quebrada de Humahuaca, a la par que desde Chile iniciarían el asalto al baluarte realista del Perú. Es designado General en Jefe del Ejército de Observación. Había llegado la hora de atacar. No pasaron dos semanas desde que recibiera esa orden, y ya tenia reunidos 2000 hombres para la empresa que coronaria tantos esfuerzos. Tal vez pensaba Güemes, que su deber era reunirse junto con su General, en la mismísima Lima. Pero requería de armas y municiones. Solicito le entregasen las que pertenecieran al ejército del Norte, que se había disuelto en el motín de la posta de Arequito. Se las negaron. Pidió auxilios a las demás provincias. Santiago del Estero respondió fielmente, juntando hombres y dinero.

Pero el año de 1821, lo encontró rodeado de enemigos. El gobernador de Tucumán, Bernabé Araoz, reticente a contribuir de cualquier forma al fortalecimiento del “tirano” Güemes, ataca Santiago para evitar que esta enviara cualquier apoyo a Salta. Debió nuestro insigne heroe, ir con sus hombres a socorrer a los santiagueños. Esas disensiones en el campo patriota, fueron hábilmente aprovechadas por los españoles. El general Olañeta, avanza sobre Salta. El Cabildo de su ciudad, en mayo, a pesar que Güemes esta ausente, lo destituye, en connivencia con el enemigo... Hasta ofrecen una misa por la “feliz ocupación”. Es la conocida Revolución del Comercio, uno de los episodios mas funestos en las guerras por la independencia, la cual provoco que la victoria definitiva se postergase unos duros años mas.

Puede que en la ciudad haya perdido su poder. Pero en la campaña, su prestigio estaba intacto. El gobernador interino, José Ignacio Gorriti, destruye la vanguardia realista en Jujuy, capturando inclusive a quien la dirigía, el coronel Guillermo Marquiegue.

Güemes retorna rápidamente a su provincia, pero ya los españoles se retiraban. Aunque los otros enemigos quedaban. Los comerciantes habían distribuido cantidades ingentes de dinero entre los soldados que quedaron en la ciudad, con la esperanza de tener una fuerza que rechace al gobernador que volvía. El 31 de mayo, con solo 25 hombres de su escolta, Güemes se presentaba ante los hombres enviados en su contra. Bastaron unas palabras suyas para que todos se pasaran a su lado. En aquella ocasión dijo:

“Por estar a vuestro lado me odian los decentes; por sacarles cuatro reales para que vosotros defendáis su propia libertad dando la vida por la Patria. Y os odian a vosotros, porque, os ven resueltos a no ser más humillados y esclavizados por ellos. Todos somos libres, tenemos iguales derechos, como hijos de la misma Patria que hemos arrancado del yugo español. ¡Soldados de la Patria, ha llegado el momento de que seáis libres y de que caigan para siempre vuestros opresores!".

¡Esa era la libertad por la que combatían, ese era el espíritu que insuflaba la Guerra Gaucha!

El comerciante Benítez, cordobés, va hasta el campamento realista, a cumplir la misión que le fue encomendada por sus pares: ofrecer 5000 pesos (obtenidos por una suscripción) y la ayuda necesaria para que los españoles puedan deshacerse del “tirano” que había regresado. Olañeta envía al coronel Valdez, con una selecta tropa de 400 infantes, a terminar con el aborrecido jefe de los gauchos. Guiados por baqueanos, los españoles se adentran en la ciudad y se enfilan a la casa de la hermana de Güemes, en la cual pernoctaba el general. Alertado, evita escapar por una puerta secreta, para no abandonar a su escolta (puesto que la muerte esperaba a los suyos en caso de ser capturados). Logra montar y sortea raudamente los piquetes de fusileros españoles, pero una bala lo hiere gravemente. Era el 7 de junio. Continua, a pesar de la herida. Sus principales oficiales son aprehendidos, varios son pasados por las armas, y otros son dejados vivos para ser cambiados por los prisioneros que tenia Gorriti.

Güemes se moría, a pesar de los cuidados que le dispensaban sus allegados, y por sobre todo sus gauchos, la sombra se cierne sobre su faz. Muere el 17 de junio, no sin antes haber hecho jurar a sus soldados, que expulsarían una vez más al enemigo español de su tierra. Recostado sobre un catre, a la intemperie, se cierran finalmente los ojos de este gran hijo de la Argentina, de este gran Americano. Rodeado por sus gauchos, deja de latir su corazón. Pero habrá escuchado los ecos que le traía la Cordillera. Al otro lado, en el Perú, San Martín, avanzaba irresistible. Los clarines de las fuerzas argentino-chilenas anunciaban el fin de la opresión. Bolívar, desde el Norte, dirige sus bayonetas hacia el núcleo del despotismo ibérico. Tal vez Güemes haya sentido pena al no poder ir al encuentro de su General a Lima, pero ya mas no podía, su vida se le escapaba. Y habrá sentido alivio, porque esos ecos le decían, que su deber estaba cumplido, y que la victoria de los americanos, estaba sellada. Tenía solo 36 años, pero su grandeza esta destinada a perdurar por los siglos. Hasta la muerte de un libre, tiene ribetes de majestuosidad y belleza. Apenas hicieron falta unas semanas para que sus gauchos cumplieran su juramento, arrojando definitivamente a los realistas, quienes ya nunca más hollarían ni Jujuy, ni Salta. Moría un hombre, pero nacía una Patria, una Patria que es inmortal gracias al sacrificio de sus vástagos, altivos y dignos hijos suyos, como el General Martín Miguel de Güemes.